jueves, 15 de octubre de 2015

El amor verdadero



La persona que en verdad ama es como aquel ermitaño
que vivía en un bosque abundante de árboles frondosos,
de arbustos frutales, de fauna inescrutable,
de un hermoso manantial del cual brotaba el agua más cristalina
y mineral, se podría decir que ozonificada
aquél era un paraíso donde el fauno platicaba con las hadas
alrededor de una soleada fuente mientras revoloteaban alrededor
del rey del bosque…
El ermitaño admiraba cada rincón, hoja, gota de rocío,
el canto del agua al correr en su caudal en la ribera,
cada animal, ave, e insecto de aquel hermoso jardín.
Sin embargo, en la penumbra estaba otro ser, en la gruta más oscura
y escondida del bosque siempre había existido un ente,
una criatura que se movía como sombra siniestra
que engaña e injuria a todos los habitantes del vergel.
Un día visito al ermitaño, y le preguntó si amaba al bosque y sus habitantes.
El ermitaño le dijo que sí, que era capaz de cualquier cosa por su amor.
La sombra le contesto con astucia, e intención de engaño: 
—¡Un día morirás y todo lo que amas quedará para alguien más! ¡Destruye todo antes de partir! Así eterno será el objeto de tu amor, porque sólo en la mente de aquellos que sobrevivan se verá todo por lo que vives hoy —terminó de hablar la lobreguez frotando sus manos y viendo fijamente con sonrisa inicua en sus labios.
La respuesta del ermitaño fue tranquila como su mirada:
—El árbol que no ha de darme sombra, el agua que no he de beber, el fruto que no comeré tiene que perdurar, pues ellos darán testimonio, igual que la brisa limpia y fresca que viene de los horizontes de que los amé y la prueba más grande de ese amor es dejarlos para alguien que los ame igual o más que yo.
Así, la obscuridad al ver la noble convicción del ermitaño se apartó, se fue cabizbaja moviéndose entre los árboles, el fauno se apartó para dejarla pasar y que se alejara y fue devorada por los rayos de sol que penetraban a través del follaje de las inmensas secuoyas, los príncipes del bosque.
El fauno se acercó al ermitaño, viéndolo cálidamente como ven los hermanos y poniendo sus garras suavemente en el hombro del solitario hombre del bosque le dijo:
Así es el amor verdadero, el don más preciado que regala es la libertad al objeto de su cariño.

PEDRO OBANDO

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