Autor:
Benito Pérez Galdós (1843-1920)
Año
de la obra: 1887
Es una magnífica novela, referente imprescindible
de la literatura española. Es tan sencilla, está escrita con un realismo tan
grande, que uno parece sumergirse en el relato por momentos con los personajes del
Madrid más castizo de la época. Se describe cada lugar con una precisión
abrumadora y para eso se les sitúa en el mapa con gran exactitud. Al mismo
tiempo el autor emplea expresiones aún vigentes hoy en día.
Enmarcada
dentro del plano socio-histórico de la convulsa sociedad española de la época,
Pérez Galdós, era un escritor comprometido con el realismo, del cual fue uno de
los máximos exponentes, sirvan como ejemplo los <<Episodios
nacionales>>. Además sentía verdadera admiración por los clásicos
españoles. El autor, dispuesto a dar con la clave de la pobreza literaria de
entonces, descubrió que la clase media era la verdadera fuente inagotable de
historias, de ahí su apuesta por el realismo. En 1897 ingresa en la Real Academia
Española. Benito Pérez Galdós fue diputado a Cortes en 1886 por el Partido
Liberal de Sagasta y en 1906 por el Partido Republicano.
Para
comprender mejor esta obra es preciso conocer la España de la época. Ésta se
hallaba inmersa en una profunda crisis que había desembocado en la decadencia
de la burguesía, clase social modélica de la cual tanto había esperado el autor
y el fracaso del sistema político en que ésta se sustentaba: la Restauración.
Situación ésta que denuncia abiertamente Pérez Galdós. La acción de
<<Fortunata y Jacinta>> se desarrolla entre 1869 y la primavera de
1876, aunque ésta se escribió entre 1885 y 1887, por lo que posee cierta
perspectiva histórica. Dicha perspectiva se convierte en una paradójica
falacia, pues empieza escribiendo sobre y desde la burguesía y acaba haciéndolo
contra ella. Este cambio puede ser debido a que la novela, como ya ha quedado
dicho, comenzó a desarrollarse desde 1869, un año después de la Revolución de
septiembre, más conocida como la Gloriosa, que aprobó la Constitución más
liberal hasta la fecha que duró hasta 1874 (Sexenio Revolucionario). Sin
embargo, ésta estaba abocada al fracaso, pues el pueblo anhelaba no sólo
cambios políticos sino también estructurales. Hay que recordar que años más
tarde, concretamente el dos de enero de 1871, el primer ministro, Juan Prim,
logró coronar a un mimbro de la casa de Saboya, Amadeo I. Sin embargo, la
hostilidad contra él y su gran valedor Prim era evidente y tras el asesinato de
este último, Amadeo de Saboya tuvo que abdicar en 1873. Proclamada la
República, la situación continuaba siendo convulsa y la Guerra Carlista
persistía. Así pues, un rápido golpe militar del General Pavía el tres de enero
de 1874, nombró presidente del ejecutivo al General Serrano. El veintinueve de
diciembre de ese mismo año un nuevo pronunciamiento del General Martínez Campos
proclamó en el trono al hijo de Isabel II, un joven de diecisiete años, como
nuevo rey de España, con el nombre de Alfonso XII (1874-1885). Pero como está
exiliado hasta su regreso en 1875 se nombra un ministro regente, Antonio
Cánovas del Castillo. Había nacido la Restauración. Se promulga la Constitución
de 1876 (la de los Notables) que sigue el modelo doctrinario francés y el
bipartidismo inglés entre el Partido Conservador de Cánovas y el Partido
liberal de Sagasta. Alfonso XII fue un Monarca hábil, con estudios, que supo
congeniar a los dos grandes partidos entre sí, logrando de esta manera un
periodo de estabilidad para España. Pese a su corto reinado acabaría con las
Guerras Carlistas (1876) y de Cuba (1878), considerándose a ésta una provincia
de España como Puerto Rico. Además, se acometerían importantes reformas. Con la
ley de Cánovas se abolió la esclavitud (1880) y se potencia la centralización
con las Leyes de enjuiciamiento Civil (1881) y Criminal (1882), el Código de
Comercio (1885) y la supresión de los Fueros Vascos (1876). A su muerte, en
1885, le sucede como Regente su esposa María Cristina de Habsburgo-Lorena
(1885-1902). Ella crea el Código Civil (1889) y durante su regencia se pierde
la última de las colonias. Por fin, el 17 de mayo de 1902, a los 16 años de
edad, se encarga personalmente del reinado su hijo, Alfonso XIII.
<<Fortunata
y Jacinta>> es una historia de celos, mentiras, amores y desamores que
comienza cuando Juanito Santa Cruz, hijo único de Baldomero Santa Cruz, un
adinerado comerciante de telas y Barbarita Arnaiz, conoce en 1869, cuando
realiza una visita a Plácido Estupiñá, personaje entrado en años y amigo de la
conversación que es el hombre de confianza de su madre y vive en la Cava de San
Miguel, a una mujer de baja ralea, sin modales, pero de una enorme belleza,
llamada Fortunata de la cual se encapricha al momento y con quien tuvo un hijo
que murió al poco de nacer, todo ello de forma clandestina. Un año más tarde,
Isabel Cordero, mujer de Gumersindo Arnaiz y cuñada de Barbarita Arnaiz,
convino con esta última la boda de su tercera hija, Jacinta, con su primo,
Juanito Santa Cruz. Así pues, en mayo de 1871, ya fallecida la madre de esta última
que murió el 27-XII-1870 (el mismo día que Juan Prim), se casan. Poco a poco,
durante la luna de miel, va conociendo las correrías de su golfo marido con
Fortunata, pero a pesar de que, como es lógico, no le hace mucha gracia,
Juanito la aplaca con zalamerías y carantoñas y su amor por él hace el resto.
De esta manera el tiempo transcurre con cierta normalidad, hasta que el
19-XII-1873, José Ido del Sagrario, un
extravagante ex maestro bastante pobre, que se dedica a vender
subscripciones para poder subsistir y se altera producto de los nervios al
comer carne y al beber alcohol, informa a Jacinta de la existencia de un hijo
de su marido con Fortunata, apodado, “el Pituso”, ya que su supuesta madre era
conocida como “la Pitusa” en los bajos fondos, de tres años y que vivía con el
tío de ella, José Izquierdo, persona ruda y malhablada, en la Calle Mira el Río
Baja. La pobre Jacinta, a quien tanto le gustan los niños pero Dios se los
niega, se indigna. Sin embargo, al mismo tiempo siente envidia de Fortunata y
piensa que, ya que ésta le abandonó, es de su marido, ella ansía tener un hijo
y tienen medios para criarlo, ¿por qué no hacerlo y sacarle al mismo tiempo de
la pobreza? Así pues, no lo duda e inicia las negociaciones con José Izquierdo
para que se le venda y con ese propósito pide a su amiga, Guillermina Pacheco
que la acompañe para conseguirlo ya que ella le conoce. Dicho y hecho.
Empezaron a tratar el asunto el día veinte y dos días más tarde cerraron el
trato con el bruto de José Izquierdo por una miseria. El día veinticuatro
estaba ya en poder de Jacinta.
Guillermina Pacheco es, a mi juicio, uno de los personajes más peculiares de la
novela. Extremadamente religiosa, tiene una gran labia y un enorme poder de
persuasión, al tiempo que impone un gran respeto. Se pasa toda la obra pidiendo
donaciones para construir un asilo y, debido a estas cualidades, lo consigue.
Jacinta, mientras, lleva al travieso Juanín, que así se llamaba “el Pituso”, a
casa de su hermana Benigna, pues no considera prudente, de momento, que lo
viese su marido. Sin embargo, ese mismo día, el veinticuatro de diciembre de
1873, se ve obligada a revelarle su secreto a Barbarita Arnaiz quien al
principio no la cree pero que una vez le ve opina como ella, que es su nieto.
Pero toda la familia les desmiente el parecido y es entonces cuando Juanito
Santa Cruz le cuenta a su mujer, en privado por supuesto, la historia del niño
que tuvo con Fortunata que luego moriría. Así pues, con todo el dolor de su
corazón, Jacinta acaba entregando a Juanín al asilo de Guillermina Pacheco. El
tres de enero de 1874, el mismo día del golpe militar del General Pavía. Por
otro lado, Jacinto Villalonga, el compañero de correrías de Juanito Santa Cruz,
le cuenta a éste que ha visto a Fortunata y, por supuesto, le falta tiempo para
buscarla.
Entretanto,
en el Barrio de Salamanca, un joven, tímido y poco agraciado físicamente
estudiante de farmacia llamado Maximiliano Rubín, el menor de tres hermanos,
vivía en casa de su tía Guadalupe Rubín, conocida por el apelativo de doña Lupe
la de los pavos, una mujer amante del dinero, sagaz y recta, viuda de Jáuregui,
con una criada, Papitos, que es una niña deslenguada. Un día, Maxi conoce a
Fortunata por medio de un amigo de la cual se enamora perdidamente al instante.
Así, temeroso de expresarle sus nobles sentimientos porque teme que se ría de
él, opta por educarla con verdadera abnegación y paciencia con la esperanza de
que el roce haga el cariño. Hasta le alquila un cuarto para ella con el poco
dinero que tiene y pasa junto a Fortunata el poco tiempo del que dispone. Pero
cuando él por fin le pide la mano, ella no siente otra cosa por él que
agradecimiento y repugnancia por su aspecto físico. Sin embargo, le va cogiendo
cariño y la idea de convertirse en una mujer decente le subyuga, mas no es
capaz de quitarse de la cabeza a Juanito Santa Cruz. Mientras, doña Lupe la de
los pavos va sospechando posible amor de su sobrino Maxi hacia Fortunata y
cuando se entera de la verdad, monta en cólera por conocer el “currículum” de
ésta pero Maxi se revela.
Cuando
hablan del tema con mayor tranquilidad, Maxi le cuenta a su tía lo ahorradora
que es Fortunata, como así era, y esta circunstancia hace que la mire con
mejores ojos. Así pues, doña Lupe encarga a otro sobrino suyo, Nicolás Rubín,
un sacerdote de buen comer, que se ocupe del caso y éste queda con su hermano
en ir a verla a solas. Fortunata le confiesa sus sentimientos, diciéndole que
estima a Maxi pero que no sabe si llegará a quererle lo suficiente. No
obstante, acuerdan que ella ingrese en el convento para recibir cierta
formación espiritual antes de casarse y quizás así el tiempo convierta el
afecto en amor. Así pues, el día nueve de abril de 1874, fue llevada al de las Micaelas.
En el convento su comportamiento será correcto y hará muchas amigas, en
especial una llamada Mauricia la Dura, una monja muy díscola a la cual tuvieron
que expulsar de allí, que por avatares de la vida, fue a su salida corredora de
telas y otros objetos de doña Lupe. Mauricia la Dura tenía una hija, Adoración,
que vivía con la hermana de Mauricia, Severiana, en la calle Mira el Río. Fue precisamente
Mauricia quien le auguró a Fortunata que Juanito Santa Cruz volvería junto a
ella. En la segunda quincena del mes de septiembre de ese mismo año sale del
convento y poco después se casa con Maxi. Pero Juanito Santa Cruz ya la había
localizado y alquiló un cuarto contiguo al suyo, pagando a la criada de
Fortunata y a la casera para que, en connivencia con éstas, pudiesen verse. Al
mes siguiente, ella fue presa fácil para él, pues en el fondo era el amor de su
vida y nunca quiso al pobre Maxi a quien ahora, incluso, aborrecía. Al
enterarse éste de la realidad se peleó con Juanito Santa Cruz quien, a causa de
la debilidad del menor de los Rubín, acabó por derribarle fácilmente.
Finalmente, ella abandona a su marido. Poco después, Jacinta descubre la vuelta
a las andadas de su esposo, pero la inocencia de ésta unida a la labia de él
hace que la prometa dejar a Fortunata para siempre, por enésima vez, por carta.
Y efectivamente así es, de momento…
A
destacar que en el capítulo segundo de la tercera parte de la novela titulado
<<La Restauración vencedora>> es Jacinta quien sale triunfante
porque ella es el símbolo de la pureza, de la legalidad y estabilidad
matrimonial, en otras palabras: de la burguesía que triunfó en aquella época.
Es cuando ella exige a su marido que deje a su amante y que en el siguiente
capítulo titulado <<La Revolución vencida>> Fortunata, que
simboliza el amor natural, que el autor equipara al denominado Cuarto Estado de
la época, es en efecto derrotada. Galdós, una vez más, establece un interesante
paralelismo entre la novela y la convulsa sociedad española de aquellos años.
Una vez
separados los clandestinos enamorados, Fortunata conoce a Evaristo González
Feijoó, un anciano que se convierte en su protector, que le da buenos consejos
y dinero en forma de acciones al tiempo que contacta con doña Lupe, con quien
guarda una gran amistad, para que los Rubín la perdonen. Eso, unido a la
habilidad de Feijoó para recomendarla que le entregue a doña Lupe un dinero
para que lo invierta, hace que consiga su propósito. No obstante, esta vez vive
en casa de los Rubín que, para entonces, ya se habían trasladado a la calle Ave
María. Sin embargo, se encuentra con un Maxi muy místico que la perdona. Todo
parece ir bien hasta que Mauricia la Dura se está muriendo y Fortunata la
visita en la calle Mira el Río. Allí, este personaje tan pernicioso como
realista, vuelve a profetizarla el reencuentro con Juanito Santa Cruz. También
coincide allí con la esposa de éste, Jacinta, quien no la conoce aunque
Fortunata a ella sí, pues la vio en una visita que hizo a las Micaelas.
Hay que
destacar, y esto es muy interesante, la curiosa dualidad de sentimientos que
siente hacia Jacinta de amor-odio, esa admiración por su porte y señorío y al
tiempo esa irremediable inquina por, según ella, haberle “robado” al hombre de
su vida.
Poco
después, se pelean en casa de Guillermina Pacheco, en la calle Pontejos y, más
tarde, vuelven a coincidir Juanito Santa Cruz y Fortunata que quedan en verse a
menudo. Ya para entonces comenzaba a sospechar algo la astuta doña Lupe,
mientras que Maxi recorría una espiral de decadencia por el trastorno mental
que padecía. Por otra parte, Segismundo Ballester, regente de la farmacia del
fallecido Samaniego, propiedad ahora de la viuda de éste, Casta Moreno, donde
trabajaba Maxi, sentía un amor platónico por Fortunata que si no iba a más era
por respeto a su amigo y principalmente porque ella no le quería. Casta Moreno
era madre de dos hijas, Olimpia y Aurora, ésta última era viuda de un francés y
propietaria de una tienda de ropa. Se hicieron buenas amigas ella y Fortunata
quien le confesaba sus sentimientos más íntimos. Pero sucedió un día del mes de
agosto que Aurora le dijo a Fortunata que creía que su primo, Manuel
Moreno-Isla, el adinerado sobrino de Guillermina Pacheco, tenía relaciones con
Jacinta. El quince de noviembre de 1875, Juanito Santa Cruz rompe con Fortunata
por contarle tal cosa, que resultó ser un invento de Aurora. Paradójicamente el
orgullo del heredero de los Santa Cruz se ve herido y no puede aceptar la
posibilidad de que su mujer haga con él lo mismo que éste con Fortunata. Cuando
esta última se entera del embuste de su amiga, que ha producido consecuencias
tan devastadoras, Aurora se retracta. Esa noche se produce un acontecimiento
inesperado: Maxi le dice a su mujer que está embarazada. Lo más particular del
caso es que en efecto, lo estaba, pero no de Maxi a quien repudiaba, sino de
Juanito Santa Cruz. Cuando el ocho de diciembre de 1875 se enteró doña Lupe de
que esto era cierto la echó de casa. Eso sí, Fortunata tuvo el detalle de no
rescatar su dinero y quedaron en que doña Lupe siguiera administrándoselo y
entregándole los réditos regularmente. De esta manera, se traslada a vivir de
nuevo a la Cava de San Miguel, ya embarazada de seis meses. Mientras, doña Lupe
solicita a Juan Pablo Rubín, el hermano mayor de Maxi, que intente sanarle.
Así, en enero de 1876, lo consiguen y saca en conclusión donde ha ido su mujer.
Cuando dio a luz, en enero de 1876,
llamó a su hijo Juan Evaristo Segismundo, en honor de Santa Cruz, González
Feijoó y Ballester. En el mismo edificio donde vivía Fortunata también moraban
José Ido del Sagrario, sus tíos Segunda y José Izquierdo y el administrador de
la finca, Plácido Estupiñá. Todo era propiedad de doña Guillermina Pacheco, que
la heredó de su sobrino Manuel Moreno-Isla. Fortunata recibió un día de ese
mismo mes de abril la visita tan temida de Maxi. Ella pensaba que la mataría y
también a su hijo en venganza pero no era su intención. En lugar de eso hizo
algo más sutil y que la doliera más: le dijo con calma que había visto juntos a
Juanito Santa Cruz y a Aurora, como así era. No tardó mucho la racial Fortunata
en acudir a la tienda de Aurora para pegarla. Poco después, Fortunata entra en
una etapa de decadencia pues su hijo apenas saca leche al mamar y ella se pone
enferma. No obstante, tiene la ayuda inestimable del doctor Francisco de
Quevedo (curioso que Galdós le pusiese el mismo nombre que el famoso escritor),
de su amigo Segismundo Ballester y también de Guillermina Pacheco. Esta última
le busca un ama de cría para que le proporcione leche a su hijo. Pero Fortunata
impide tal cosa, prefiere alimentarlo con biberón por temor a que se lo quiten.
Cuando vuelve Maxi, ciega de ira, le asegura que le querrá para siempre y se
comportará por fin como una esposa para darle hijos siempre y cuando mate a
Aurora y a Juanito Santa Cruz. Para esto le da dinero y un revolver. Maxi se
convence y sale en busca de ellos.
Fortunata
se está muriendo. Sin embargo, mientras estaba agonizando en su vivienda con la
única compañía de Plácido Estupiñá realiza su mejor acción en toda la novela
que fue dejarle su hijo a Jacinta y las acciones que le dio el bueno de
Evaristo González Feijoó a doña Guillermina Pacheco. Entretanto a Maxi le
consiguen desarmar antes de matar a nadie. Así pues, tras morir Fortunata, llevan a su hijo, Juan Evaristo Segismundo, a
casa de los Santa Cruz y allí su mujer, Jacinta, y su madre, Barbarita,
cogieron por banda a Juanito Santa Cruz y le cantan las cuatro verdades.
Viéndose éste humillado ante toda su familia y herido en su amor propio que era
lo que más quería. Finalmente, Maxi recupera la cordura definitivamente.
En
resumen, es una obra llena de matices que, a buen seguro, será de su agrado.
¡Anímense a leer esta extraordinaria
novela!
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