Adaptación del cuento
folclórico de Nicaragua, por Pedro Obando.
Gabriel era un joven periodista de uno de los periódicos más leídos de la capital
de a mediados de los años veinte del siglo XX. Él había sido mandado a un
remoto pueblo del norte del país llamado San Juan del Norte a investigar unos
misteriosos casos que habían reportado por telégrafo algunos habitantes acerca
de muertes misteriosas, y de una extraña figura nocturna a la que llamaban “La
carreta Nagua”. El joven reportero iba de muy mala gana porque él soñaba con
escribir grandes reportajes y este tema lo consideraba tontería y necedad, pero
resignado por ser el más nuevo en el periódico tuvo que tomar el desafío. En el
transcurso del viaje él escuchaba atentamente a unos pasajeros vecinos de un
poblado cercano a su destino, que comentaban sobre el tema que él investigaría
en el ya mentado pueblo. Decía uno de los pasajeros:
—Dicen que como a la una de la
mañana se escucha el rechinar de unas ruedas de carreta en las calles del
pueblo y que cuando se detiene en algún lugar alguien muere…y si en verdad
muere esa persona es porque la carreta y el que la conduce se la lleva porque
en su vida fue malvada.
Entonces Gabriel interesado
decide entrar en la conversación y pregunta:
—Disculpe, ¿y quién conduce la
supuesta carreta?
Volteando un poco sorprendido,
el relator de la historia, ve a Gabriel, encoje los hombros y le dice:
—Nadie lo ha visto bien pero
algunos dicen que han visto por las rendijas de las puertas que es un esqueleto
o la calaca, y que a los que lleva atrás en la carreta son las almas de los que
mueren a su paso.
Gabriel incrédulo sólo sonríe
levemente moviendo la cabeza se recuesta en su asiento y decide tomar una
siesta mientras llega a su destino.
De pronto, se encuentra profundamente dormido y el ayudante del tren le toca el
hombro y le dice:
—Despierte ya llegamos a San
Juan del Norte y sólo usted se queda aquí.
Gabriel estirándose le
pregunta:
—¿Qué hora es?
El ayudante mira en su reloj de
cadena y dice:
—Faltan cinco minutos para la
una de la mañana. ¿Ya es tarde tiene donde quedarse? El joven le contesta:
—Sí, en la posada de doña
Carlota.
—Mmm, bueno la verdad no creo
que esté abierto a esta hora la posada de esa vieja bruja amigo, además no es
buena señal los perros están aullando muy inquietamente” —le contesta el trabajador del ferrocarril.
Gabriel se baja y sin poner
demasiada atención le pregunta:
—¿Por dónde llego a la posada?
El ayudante de maquinista
responde:
—Vaya por ahí derecho hasta
llegar a esa luz que se ve al fondo —señalando a una callejuela profundamente
oscura y con una pequeña y débil luz a lo lejos. Gabriel volteando al camino
indicado sin ningún tipo de temor más rendido por el cansancio del viaje, que
ya ni recordaba la historia de los pasajeros acerca de la tal “Carreta Nagua”, comienza
a caminar entre tropiezos por la espesa oscuridad y las piedras que abundaban,
mientras avanzaba cargando su equipaje, comienza a sentir un escalofrío creado
por el frío viento de la madrugada y por una extraña sensación que de súbito lo
embargaba. De pronto, comienza a escuchar el crujir de unas ruedas de carreta
que venían a su encuentro, y de fondo, siempre el aullido incesante de los
perros. En su mente dice: “Malditos perros así reciben a los forasteros”.
Y entre la tenue luz de la luna ve la silueta del conductor del rustico
carruaje, y en sus adentros piensa: “Ah que bien por fin alguien a quien
preguntar si estoy ya cerca de la posada”. Gabriel decide salir al encuentro de
la carreta, y cuando se acerca puede observar que los bueyes que tiran de ella
están demasiado flacos y tienen un aspecto tenebroso, y dirige la mirada al
conductor, éste tiene el rostro tapado con un manto oscuro, pero Gabriel no
puede verle el rostro y le pregunta:
—Buenas noches amigo, ¿estoy
cerca de la posada de doña Carlota?
El conductor se detiene en seco
y asiente nada más sin emitir ni un solo ruido y apunta con su dedo índice
hacía la dirección de la posada. Entonces Gabriel gradece y camina, pero el
escalofrió se le hizo más intenso, de pronto al dar un par de pasos escucha una
carrasposa y seca voz, la del conductor de la carreta que le dice:
—Vas por el camino correcto
pero a Carlota, la bruja del pueblo no la encontraras, ella se fue para siempre.
Y soltando una sonora risa
macabra se perdió con su carreta en la penumbra. El joven volteó a ver y antes
que desapareciera, vio a la parte trasera de la carreta y en ella iba sentada
con los pies colgados y los ojos desorbitados una mujer vieja que le decía
adiós con su mano izquierda como queriendo decirle algo pero sin poder hablar,
Gabriel volteó muy extrañado por lo que había visto, y comentó en su interior:
“Estos lugareños sí que son extraños”.
Por fin el muchacho llego a la posada y vio que había muchas personas unas
llorando y otras sorprendidas, entonces preguntó a una de las mujeres
presentes:
—¿Disculpe, que pasó aquí?
Entonces le contestó una mujer
entre sollozos:
—Doña Carlota acaba de morir y
la Carreta Nagua se acababa de escuchar pasar.
En ese momento, Gabriel se
dirige a un extremo del pasillo donde varias personas rodeaban un catre, y ve
el cadáver de doña Carlota sobre el lecho. El joven se quedó helado al ver que era exactamente
igual a la mujer que vio sentada en la carreta que se había encontrado en el
camino. Por unos segundos queda en shock. Luego sacude su cabeza como queriendo
salir del extraño momento y corre a la salida de la posada y mira hacia el
camino donde se había encontrado al maligno carruaje, pero ya no alcanza a ver
nada, sólo escucha a lo lejos el aullido desconsolado de los perros.
Desde ese momento Gabriel se quedó despierto todo el tiempo que pasó en el
pueblo, a los pocos días se fue de regreso a la capital y escribió el reportaje
según lo que alcanzó a investigar diciendo: “La carreta Nagua se llevó a doña
Carlota y otras personas del pueblo porque practicaban la brujería”.
Ahora Gabriel piensa frecuentemente en lo que vio y muy a menudo tiene extraños
sueños. Cuando alguien muere hace preguntas referentes a qué pasó por las
noches anteriores. Algunos vecinos lo ven como a un hombre muy extraño y
perturbado. A veces escucha a los perros aullar, y ruedas de carreta pasar
cerca de su vecindario, pero no se atreve a salir a ver de qué se trata, pues
tiene temor de que sus pesadillas se vuelvan realidad…
PEDRO OBANDO