Paseaba por unas sucias calles de
Londres, todo me parecía gris, era como si me hubieran quitado los ojos y me
hubieran puesto los de un muerto.
Esa calle, a pesar del miedo y
repulsión que daba ese lugar, estaba muy transitada. La gente paseaba, otra
corría porque se perdía alguna reunión importante. La gente aparentaba no
sentir nada, todos estaban serios, como si les hubieran quitado el alma, sólo
caminaban sin ganas, parecía que respiraran por obligación. Yo andaba, igual
que ellos, todos eran iguales.
Y así el mundo de blanco y negro, sin
creatividad, sin nadie que lo quiera, se redujo a cenizas oscuras que se
esparcieron por el espacio. Y quedó un hueco en el universo, uno sin rellenar
que probablemente nunca vuelva a crecer.