jueves, 26 de marzo de 2015

La tesis de los sueños




Soy un soñador

y juro que lo soñado es verdad.

A veces sueño que sueño,

y cuando creo despertar,

busco un momento en mi pasado,

y esos sueños que se borran

dejan un hueco vacío;

la nada no es realidad.

Todo lo que vivo es sueño

y cuando no sueño no vivo

(y si no soñase no viviese),

pues no conozco ese sueño

que no se puede soñar;

¿acaso existe la vida

sin percibir, sentir, pensar,

un mundo que todos sueñan

con sueños todos distintos,

y sólo uno es verdad?

O, ¿la realidad es la ecléctica promiscuidad

entre mil sueños estancos

y los demás sueños

no son, no existen, no hay?

¿Sólo soñamos un sueño,

y al pronto vagamos, sin saber lo que soñamos,

por un oscuro vacío

hasta soñar la realidad?

Soy un soñador

y juro

que lo soñado es verdad;

si toda mi vida es sueño,

y toda mi vida es nada,

¿dónde está mi realidad?

Soy un soñador

y juro que lo soñado es verdad.

JOSÉ ÁNGEL GRAÑA ABAD

jueves, 12 de marzo de 2015

Fuego y hielo



—Tenemos que comprar una casa más grande porque las mentiras ya no caben en este pequeño piso que habitamos.
—Procura que los caminos sean rectos, que ahora, son serpientes que se retuercen, y que al sol, permanecen quietas, pero en la noche, buscan calor en el movimiento de la picada.
—Es otra cárcel, otra cárcel de amor, pero al menos tendremos ventanas grandes para que pueda entrar el viento y con él se lleve, tanta indiferencia, mentira y soledad.
—¿Y en qué sombra querrás el cobijo? En la de la tarde, en la de la mañana, todas son igual de largas, pero miran hacia lados opuestos, dime, dime. ¿Cuál es la sombra real, y cuál la mentirosa? Quizá solo sea la del mediodía, que no existe, que es fantasía de las ramas.
—¿La de las sombras rectas?
—No existen sombras rectas, excepto si una mano alisó el suelo. Siempre se tropieza con una roca, o con un agujero. Nada es recto, ni la verdad, ni la mentira.
—Sino un tropiezo.
—¿Que tropiezo viste tú que fuese recto?
—El nuestro.
—Sólo fuiste una cerilla que tenía que acabar quemándose los dedos.
—Mal negocio, la casa es de madera y yo soy fuego.
—Yo fui hielo, aprenderé a ser vapor.
Ambas manos se juntaron, y al calor de piel con piel, fundieron el pequeño trozo de hielo parecido a un corazón que los separaban y aprendieron a congelar sus diferencias.

LAURA MIR Y JAIME ROS

sábado, 7 de marzo de 2015

Quimeras



Mas algún día volverá,

y verá sus sueños realizados,

sobrevivirá al tiempo,

continuará en él la esperanza

después de muerto;

podrá vagar por un mundo

de silencio,

mas algún día volverá

y se mecerá en sus sueños

hechos realidad.

Las quimeras de los espíritus puros

no puede destruirlas el tiempo,

perduran en la ilusión

de almas hermanas de las suyas,

y un día muy lejano,

de cielo muy azul,

podrá ver tangible

el mundo hijo de sus sueños.

Podré estar oculto

bajo las aguas de un mar

que desde aquí creemos incierto,

pero la misma ilusión y la rebeldía

que me hicieron sufrir en la vida,

harán que en la muerte

no esté muerto,

y surgirá de las olas mi sonrisa,

que en las noches de tormenta

escucharán mis hermanos

desde el mundo en el que yo

quise vivir.

JOSÉ ÁNGEL GRAÑA ABAD

miércoles, 4 de marzo de 2015

El Buscón



Autor: Francisco de Quevedo (1580-1645)
Año de la obra: 1626

Comedia satírica muy divertida a tono con la personalidad de su autor. Quevedo vivió más para la política que para la literatura y eso le granjeó numerosos enemigos. Protegido del Duque de Osuna, uno de los validos de Felipe III, pudo así moverse en las altas esferas como a él le gustaba. En una España decadente, arruinada, desmoralizada y con batallas en varios frentes. Quizás Quevedo quiso mostrar como escritor de lo que era capaz como político, explicar en sus textos los problemas de la nación. La caída del Duque de Osuna fue su propio declive. Primero fue desterrado por el Conde-Duque de Olivares, uno de sus mayores enemigos, cuando éste llegó al poder como valido de Felipe IV. Los posteriores elogios al Conde-Duque hicieron que éste le perdonase. Pero Quevedo, siempre tan crítico, se opuso al nombramiento de Santa Teresa de Ávila como patrona de España por lo que fue nuevamente desterrado. Tras un posterior indulto, años más tarde, sería encarcelado hasta un año antes de su muerte. Una de sus mayores y más célebres enemistades fue la que mantuvo con el también escritor, Luis de Góngora y Argote.
El buscón, trata de las andanzas de un pícaro llamado Pablos, hijo de una hechicera y de un barbero ladrón y sobrino de un verdugo. En estos extraños y singulares parentescos se puede denotar la mordacidad de su autor. Novela dividida en tres partes, denominadas libros, que comprenden un total de veintitrés capítulos. El libro primero es divertidísimo. Cuenta desde que nació en Segovia hasta el momento en que dejó Alcalá de Henares, donde estudiaba (Quevedo también estudió allí), pasando por el pupilaje en casa del licenciado Cabra como criado de su amigo Diego Coronel. En ese lugar se producen momentos gloriosos para el lector, que no para los personajes, que serán presa del hambre como consecuencia de la inmensa tacañería alimenticia y la nula humanidad de Cabra. Hasta llegar a morir uno de los estudiantes en un alarde de humor negro del autor, muy abundante en la obra. A Quevedo le gusta caricaturizar todo, deformarlo, desde las situaciones más graves hasta los nombres simplemente. Juan Merluza, Alonso Ramplón o el propio licenciado Cabra son claros ejemplos de ello. Al llegar a Alcalá y ser víctima de las crueles novatadas de sus compañeros, Pablos cambiará y se jurará a si mismo ser “el más bellaco con los bellacos”, comenzarán sus travesuras y éstas serán la causa de la separación de don Diego Coronel y Pablos. Cuando esto ocurre, éste volverá a su ciudad natal para cobrar de manos de su tío la herencia por la muerte de sus padres.
El libro segundo se ocupa de lo que le ocurrió por el camino hasta cobrar el dinero. En él se encontró con variopintos personajes: un loco inventor, un extravagante maestro de esgrima, un clérigo poeta de versos tan malos como prolijos, un soldado presuntuoso, un ermitaño y un mercader. Avergonzada de su familia huye de casa de su tío tras cobrar la herencia y se dirige a la corte. En su andadura se topará con el hombre que marcará su destino definitivamente. Un pícaro que le enseña cómo ganarse la vida sólo con aparentar.
El libro tercero trata de las andanzas de Pablos una vez en la corte, de las tretas de éste y de sus compañeros de “cofradía” hasta que todos fueron encarcelados. Es allí donde se destaca la hipocresía y el poder del dinero que hacen que Pablos salga de la cárcel bajo fianza. Luego cortejará a una dama por su dinero bajo un nombre falso. Sin embargo, para su desgracia, Ana, que así se llamaba aquella mujer, resultó ser la prima de don Diego Coronel que al descubrirle mandó que le diesen una paliza. Molido a palos y arruinado, mendiga por las calles hasta que se recupera y su labia le hace ganar nuevas riquezas con las que se va a la corte, a Toledo y de ahí a Sevilla hasta llegar a las Indias. Por el camino se hará representante, poeta e incluso galán de monjas. En este último capítulo se advierte al lector  de los peligros de la vida, las malas amistades y finalizará dejando una puerta abierta a una posible segunda parte, de la cual, no tengo constancia. Quevedo compuso, en fin, una magistral obra repleta de ese sarcasmo y humor ácido propio de la personalidad de su autor. El personaje principal, Pablos, narra sus peripecias dándole al lector el tratamiento de “vuesa merced”.  

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