domingo, 25 de febrero de 2018

Melodía




Las sombras fluyen en torno suyo, mientras sus leves movimientos se encadenan haciendo flotar en la densa obscuridad un reflejo leve, un sensual suspiro, que hace levitar el alma, la vida.
La cadencia de sus notas deja en el aire un murmullo arrollador que es encauzado por las enjauladas líneas en que habitan, marcan o desmarcan pasión ardiente, silencio atormentado, lamentos del corazón latiendo, sin más.
Dedos entrelazados acompasan la dulzura del vaivén, mientras los carnosos labios entreabiertos, se deleitan a su paso de tan dulce manjar.
Ojos entreabiertos que simulan el tranquilo oleaje del mar en calma, respiración agitada, acompasada, sin permitir perderse el ritmo de tan bella melodía.
Dos cuerpos ahogados en suspiros, que recitan al aire sus murmullos, se funden en pasional acorde que remonta bella escala.
Comienza y termina en el Do pero fluye con alegría recorriendo toda la escala, inyectando energía, optimismo, y el Sol resurge con alegría cuando el cielo colmado se alcanza de la unión de tanta armonía.
MARÍA JOSÉ LUQUE FERNÁNDEZ

viernes, 16 de febrero de 2018

Sueños de luna




Eres mi sueño de luna,

música y poesía en mi corazón. 

Sueño contigo apretada en tus brazos, 

recibiendo el aroma de tus besos de amor. 

Eres pasión en tus besos de seda, 

y en tus abrazos mi dulce ilusión. 

Sueño contigo a la luz de la luna, 

besando tus labios, 

abrazada a tu amor. 

Sueño y sueño y vuelvo a soñar, 

contigo en mis brazos y en mi corazón.

POÉTIKA @Poetikas1

jueves, 8 de febrero de 2018

El manuscrito (2ª parte)




Robert Smith regresó a Nueva York con unos días de retraso a la fecha prevista, tal vez el incidente ocurrido en aquella taberna (La Dama Gris), le dejó algo inquieto. Llamó a su amigo Daniel desde el hotel. Estaba con un ataque de ansiedad, no podía dar crédito a lo sucedido, su cabeza quería encontrar una explicación lógica pero no la encontraba. Parecía revivir el sueño una y otra vez: el hombre siniestro se le apareció de repente en el callejón y le indicaba el camino hacia la taberna.
En su conversación con su amigo Daniel apenas podía vocalizar bien las palabras. Su amigo el psicólogo le detectó un nerviosismo inusual, ya que Robert como periodista estaba acostumbrado a dar toda clase de noticias. Intentó tranquilizar a su amigo y le dijo que hiciera unos ejercicios de respiración y que hablarían más tranquilamente cuando regresara a Nueva York. Le aconsejó que descansara todo lo que pudiera antes de coger el vuelo.
Sobre las cuatro de la tarde, Robert empezó a recoger su ropa que la tenía esparcida por toda la habitación del hotel, se apresuró a hacer la maleta, ordenó las hojas que tenía sobre la mesa, las guardó en una carpeta y en una bolsa de piel desgastada metió su vieja máquina de escribir. Debía estar en el aeropuerto de Heathrow cerca de las seis y media de la tarde, con destino a Nueva York.
Desde el hotel el conserje avisó a la compañía de taxis de Londres para que estuviera disponible para su cliente, lo antes posible, ya que el hotel no toleraba la impuntualidad. El director del hotel salió de su despacho para despedirse personalmente de su cliente, Robert Smith. Sabía que era un periodista afamado en Nueva York y deseaba tener un buen trato con él. Robert se despidió cordialmente y le agradeció sus atenciones durante su estancia en Londres.
De camino al aeropuerto el taxista lo observaba por el retrovisor del coche, no pudo evitar preguntarle si le ocurría algo.
—Perdone señor, ¿se encuentra bien?
­­—Sí, no se preocupe, ha debido de sentarme mal el almuerzo, me siento algo indispuesto.
El taxista no dudó de las palabras de su cliente, pero notaba en su mirada cierta preocupación.
—Me gustaría contarle una vieja historia, si me lo permite —Robert asintió con la cabeza—. En todos mis años de taxista he conocido a mucha gente interesante, el último pasajero que llevé también como usted al aeropuerto, me estuvo contando que, una noche quiso salir de copas, terminó en un viejo callejón con una extraña neblina y, de repente, se le apareció un hombre que llevaba una capa negra y un sombrero que le ocultaba el rostro, invitándole a entrar a una vieja taberna. Créame, es una historia que ya se la oía a mi abuelo de pequeño. No creo en fantasmas, pero dicen que la persona que ve el fantasma de Dorothy tiene que cumplirle su deseo o la maldición no cesara nunca.
—¿De qué maldición habla? —dijo Robert.
—No sé, se lo dije antes, si ve el espectro tendrá que cumplir lo que le diga —Robert no pudo más y le confesó que él también había tenido la experiencia de su antiguo pasajero—. Estaba seguro —respondió el taxista—. Lo único que le puedo aconsejar es que si vio el espectro del fantasma y tuvo contacto, cumpla sus deseos.
Robert se quedó mirando al taxista por el retrovisor con un gesto serio, pero con cierto desasosiego. De camino hacia el aeropuerto pensó que estaba obsesionándose con este tema, solo tenía ganas de regresar a Nueva York  para ver a su amigo y contarle de primera mano lo acontecido en Londres. Quería averiguar si era real lo que le pasó o estaba volviéndose loco. Ya en el aeropuerto se despidió del taxista agradeciéndole su ayuda. El taxista le dijo:
>>Buena suerte amigo, espero que le vaya bien.
Dirigiéndose a la puerta de embarque se detuvo un instante al recordar un pensamiento que no paraba de rondarle en la cabeza, lo ignoró y continuó hacia el avión. Se sentó al lado de la ventana y con cierto alivio respiró. En su mano llevaba el libro de tapas negras, empezó a leer cayendo en un profundo sueño donde empezarían de nuevo las pesadillas. Al lado del asiento viajaba una joven de piel blanquecina que no dejaba de observarlo mientras dormía. Al cabo de un buen rato se despertó con la sensación de revivir la pesadilla, miró en todas direcciones y se dio cuenta que no viajaba solo, en el asiento izquierdo había una joven que le pregunto:
>>Perdone señor, ¿se encuentra bien?
Robert sorprendido le contestó:
—Sí, sí, no se preocupe sólo fue un mal sueño.
Robert no podía dejar de contemplar a la joven, le llamaba la atención su rostro tan pálido y el parecido tan grande a una vieja fotografía que el manuscrito llevaba adjunta. “La Dama Gris”. Tras varios intentos de buscar conversación la joven no parecía estar dispuesta a responder a sus preguntas, simplemente le miraba fijamente y con una leve sonrisa se levantó del asiento.
Sorprendido, espero un rato largo a ver si volvía, pensando que quizá le hubiera molestado las preguntas que le hizo. Llamó a una azafata y le preguntó si le había pasado algo a la joven que iba en el asiento izquierdo. La azafata le respondió:
—Creo que se confunde señor, este asiento está vacío desde el principio —Le seguía insistiendo a la azafata que había una joven a su lado pero la azafata seguía en sus trece, finalmente le dijo—: Señor creo que necesita descansar, si quiere algo sólo pídamelo.
Con resignación Robert se sentó en su asiento, se disculpó con la azafata y empezó a leer el libro de nuevo sin dejar de preguntarse si realmente tendría que hacer caso de la advertencia del taxista.
Faltaban diez minutos para aterrizar cuando el sonido de megafonía anunciaba la llegada al aeropuerto de Nueva York, John F.Kennedy, (JFK).
Este aeropuerto internacional localizado en Queens era el más cercano a su casa, y estaba a unos 19 kilómetros de Manhattan donde su amigo Daniel tenía la consulta de psicología.
Bajó del avión y se dirigió a la terminal para recoger su maleta, estaba cansado y con ganas de llegar a su casa. Alrededor de las dos de la madrugada llegaba, dio un par de vueltas a la cerradura y apenas podía abrir la puerta, tras un empujón fuerte vio todo su correo esparcido por el suelo. No podía creer que en una semana fuera de casa, se hubiera acumulado tanta correspondencia. Se inclinó para recoger las cartas y dejarlas sobre una mesa de madera. Dejó la maleta en la habitación y se tumbó en la cama, con la mirada fija puesta en el techo.
Agotado pero sorprendido por la joven del avión, no paraba de hacerse preguntas, sabía que tenía que empezar a resolver todos estos enigmas, independientemente de lo que pudiera pensar su amigo.
Recordó que un camarero del hotel donde se hospedó, le había comentado de cierto rumor que circulaba por el barrio, sobre la venta de objetos y obras de arte las cuales no se sabía de su procedencia en dicho anticuario.
Tenía que hilar los hilos de todo lo sucedido y si había alguna conexión con Dorothy. Sabía que el libro negro que llegó a sus manos junto a una llave en extrañas circunstancias, era como un misterio sin resolver que le causaba ansiedad. El libro estaba ilustrado con dibujos extraños, haciendo referencia a rituales demoniacos. De todos estos acontecimientos no obtuvo ninguna respuesta. Cerró los ojos y se quedó dormido. Mientras, una ráfaga de aire que entró por su ventana, hizo caer un folleto de publicidad de la biblioteca pública (New York Public Library), situada entre las calles 40 y 42 con la Quinta Avenida. El folleto hacía referencia a una colección privada de libros antiguos, donados a la biblioteca por un filántropo anónimo que al morir dejó en su testamento, junto con una suma importante de dinero que donaría a la fundación para la conservación de los libros.
A la mañana siguiente, Robert despertó con la migraña habitual y desperezándose un poco vio el folleto de publicidad sobre su cama. Le echó un vistazo, y en seguida cayó en la cuenta de que sus comienzos como periodista los había pasado leyendo muchos libros y consultando hemerotecas para buscar información.
Se apresuró a vestirse y se dirigió a la cocina a prepararse una buena dosis de café. Tenía hambre pero olvidó que la nevera estaba vacía y tampoco podía hacerse su típico sándwich. Volvió a su habitación a recoger sus papeles donde tenía más documentación que entregar en su periódico.
Todavía no había cerrado del todo la puerta cuando, la casera, con gesto de poco amigos, le recordó el alquiler del apartamento que llevaba dos meses de retraso sin pagar.
Robert sorprendido ante la casera le prometió que a final de semana le pagaría sin demora. Le sonrió, como sólo él sabía, y se marchó.
Caminó hacia la estación del metro más próxima que tenía para dirigirse al periódico. Tenía ganas de ver a sus compañeros de redacción compartir información con ellos, sobre todo a Jennifer, su fiel compañera, que lo salvaba de las ausencias atípicas que solía tener en el periódico.
Era una mañana fría, desapacible, con algo de ventisca. A la salida del metro, Robert intentó colocarse bien una bufanda sin mucho éxito. De repente, una hoja impacto en su cara. Era un folleto de la biblioteca pública idéntico al que le entró en su habitación. Pensó que era una señal que no podía ignorarla, pero primero tenía la obligación de entregarle a su jefe parte de la información que no envió por Fax.
Fue una visita relámpago al departamento de redacción, saludó a sus compañeros y se dirigió al despacho de su jefe. A la salida del despacho saludo afectuosamente a Jennifer, su secretaria, le comentó que el lunes se incorporaba al trabajo. Los compañeros se levantaron para saludarle, pero no tenía tiempo para hablar con ellos, les prometió que el lunes los pondría al corriente de su viaje a Londres. Uno de ellos le recordó la partida de cartas y la cena que tenían pendiente.
Con una alegre sonrisa se marchó, se dirigió hacia la calle. Con un gesto levantó la mano, cogió un taxi y se dirigió a la biblioteca.
Una vez allí fue directo a la sección de hemeroteca para buscar información sobre “La Dama Gris”, Dorothy.
Pasó por varias secciones hasta llegar a donde Robert esperaba encontrar, por fin, una respuesta. Llegó, se sentó en una silla y empezó a buscar información sobre Dorothy, sobre su vida, sobre su familia y también sobre por qué se ganó el tan famoso nombre de ‘’La Dama Gris”. ¿Qué extraños sucesos tuvieron que ocurrir para que se ganara este nombre? Siguió buscando y encontró muy poca información respecto a su pasado, sólo la noticia de un gran incendio que asoló una mansión a las afueras de Londres. Pertenecía a los Lowell, una familia acomodada que murió en el trágico suceso. Nunca se averiguó del todo si fue intencionado el incendio. La única información de la hija de los Lowell era que Dorothy había sobrevivido al incendio, haciéndose cargo sus abuelos paternos de su educación.
Decidió trasladarse a una mesa y empezar a revisar sus notas, sacando al mismo tiempo el manuscrito del maletín, tenía que volver a releer el legado de dicho documento.
Comenzó por ordenarse todo el conjunto de libros que se había llevado a la mesa después de investigar en la hemeroteca y también puso enfrente ese manuscrito que tanto quería descifrar. Dejó el maletín apoyado al pie de su silla. Seguidamente revisó otra vez el manuscrito pero no hubo manera, por mucho que lo intentara no podía descifrar nada con lo cual lo dejó y se puso con los libros con la fe de descubrir alguna cosa con la que poder seguir esa investigación.
Las horas iban pasando y Robert no veía ninguna relación entre las notas, el manuscrito y los libros que tenía encima de la mesa. Se quedó sujetando la cabeza con su brazo al recordar que había quedado con Daniel, pero Robert tenía en la cabeza ese pensamiento que le decía que estaba muy cerca. Arrepintiéndose mucho continuó investigando, levantó la cabeza, miró hacia los  lados y dos mesas a su derecha había una mujer con una mirada impactante fijada en él, pero no hizo caso. Dirigió la mirada hacia los libros de nuevo, se acomodó y su maletín cayó dejando al descubierto el libro de tapas negras con una página que sobresalía al haberse doblado del golpe. Se dispuso a poner la página bien cuando se dio cuenta de que la información de los libros era muy parecida al libro de las tapas negras.
Ordenó nuevamente todo, por fin estaba relacionando conceptos, todo tenía un sentido pero…
La bibliotecaria se dirigió a Robert para hacerle saber que debía recoger porque ya era la hora de cerrar, asintió y rápidamente apuntó los datos más importantes. Cuando se disponía a guardar todo lo que había descubierto esa joven, la cual lo estaba mirando con una fija mirada, le dejó caer una nota boca abajo. Robert se dirigió a coger la nota y la leyó. Se quedó atónito con el mensaje:
Es increíble que hayas podido descubrir tanto de mi pasado, pero te lo advierto no sigas o estarás en problemas, cuidado con lo que lees”.
La nota terminaba con un dibujo. Era un castillo que parecía estar en llamas y un libro con tapas negras con una llave reposando en él…
Se quedó impactado al ver que el mismo dibujo que había en el manuscrito estuviera dibujado por esa joven misteriosa.
Pasaron los días y continuaba leyendo el libro de tapas negras…
Días después, se denunciaba la desaparición de un periodista del The New York Journal.
Su amigo Daniel se quedó perplejo ante tal noticia, como pudo desaparecer Robert? Daniel no podía dejar pasar esto, se dispuso a investigar porque  llevaba una copia de la llave de su casa que le dio antes de irse a Londres, justo en la calle tropezó con una joven, se pidieron disculpas y Daniel continuó.
Se dispuso a abrir la puerta, buscó la llave que tenía en el bolsillo pero no la encontraba, en su lugar había una nota:
‘’No te entrometas…”.

RAQUEL CARDONA @Raquel2453

 
                                                                                  





        














                









lunes, 5 de febrero de 2018

El viejo y el mar



Autor: Ernest Hemingway (1899-1961)
Año de la obra: 1952

El argumento es bastante simple: la lucha entre un pescador y un enorme pez, la eterna batalla contra la naturaleza. Santiago es un viejo pescador al que la suerte le ha abandonado, pues hace mucho tiempo que no captura un ejemplar, por lo que es objeto de burla para otros pescadores. Sin embargo, no es esto algo que le importe demasiado, sino la pesca de ese pez con el que siempre ha soñado en sus mejores sueños, por los que también han pasado los leones en las playas de África al atardecer. Su gran amigo es un muchacho llamado Manolín a quien enseñó el oficio al haberle acompañado desde muy temprana edad en su bote, pero ahora sus padres ya no le dejan ir con él y tiene que salir a faenar en su propio bote. No obstante, el cariño que siente por su viejo amigo es tal, que le cuida, le lleva comida y periódicos y le proporciona conversación, bien sobre pesca, bien sobre las experiencias de Santiago, bien sobre béisbol y el ídolo de éste Joe Di Maggio o de cualquier otra cosa. Un día el viejo pescador se hace a la mar y de su cebo pica un enorme pez que le remolca mar adentro durante dos días. Cuando al fin le pesca se percata de que al ser tan grande no puede subirle al bote, entonces comienzan los problemas para él, ya que al estar tan alejado de la costa y llevar un lastre tan pesado como el pez que le hace navegar muy despacio y, como quiera que éste va dejando un rastro sangriento que los tiburones persiguen, tendrá que defender su pez de ellos. Pero son tantos que acaban por devorarlo. El viejo llega a tierra desconsolado y sólo con el espinazo de lo que fue su gran pez que significaba, no obstante, para los demás pescadores, que no estaba acabado y merecía el respeto de ellos. Finalmente, el muchacho le comunica al viejo que volverá a faenar con él pese a la oposición de sus padres.
La verdad es que es un gran libro, un auténtico diario de pescador, con dos grandes protagonistas: el viejo y el pez. Fue galardonado con el Premio Pulitzer en 1953.
Ernest Hemingway fue un enamorado de España y lo español. Sus novelas <<Fiesta>> (1926) y <<Por quién doblan las campanas>> (1940) están ambientadas en los Sanfermines y en la Guerra Civil Española, respectivamente. Otras obras destacadas suyas son: <<Adiós a las armas>> (1929) y <<Tener y no tener>> (1937), todas ellas llevadas al cine.

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