Aún
recuerdo aquella tarde
en
la cual nos conocimos,
yo
caminaba sin rumbo
cuando
encontré mi destino,
tú
te acercaste a mí,
llevabas
un gran sombrero
que
apenas dejaba ver tu rostro,
aunque
sí tu lindo pelo
y
también tu par de ojos
brillantes
como luceros.
Te
pregunté tu nombre
y
tras decírmelo reíste,
me
quedé desconcertado
a
la par que ensimismado.
Tus
actitudes traviesas
me
dejaban atontado,
siempre
te gustó jugar
con
un amante ilustrado,
cual
princesa cortejada
por
galán enamorado,
pero
un día nos separó
y
me sentí desamparado,
te
busqué de lado a lado,
sin
embargo, no te hallé,
quise
encontrarte en sueños,
que
en ellos nos abrazáramos
que
nuestros besos, corazón mío,
formaran
dos grandes ríos
en
la fuente del placer
en
la cual fluye el amor
y
no despertar jamás,
juntos
así para siempre.
Las
quimeras son imposibles
y
hay que aceptarlas, no más,
pero
en los sueños seguro
estas
se harán realidad
y
nada nos separará.
LUIS
FERNANDO RAMOS MARTÍN