domingo, 14 de febrero de 2021

Feliz San Valentín


 

Querido Cupido;

un día hiciste diana;

en mi corazón clavaste;

ese dardo, esa flecha;

tan hermosa del querer;

con tu mágico arco;

que apunta a los corazones

y los convierte en amantes

para toda la eternidad.

Almas gemelas felices;

gracias a tu puntería;

gracias a tu buena elección;

que emparejas cada día;

almas y corazones

y creas enamorados.

Hoy te quiero agradecer,

querido amigo Cupido,

el amor que gracias a ti

disfrutaré hasta morir,

incluso más allá de la vida.

¡Feliz día de San Valentín!

LUIS FERNANDO RAMOS MARTÍN

 

domingo, 7 de febrero de 2021

Rendición

 


Monólogo de miradas

en pasillos muertos.

Un aura de plomo,

misteriosa, celosa.

Dos puntos paralelos

destinados a no chocar.

 

La Red, tijera mundial,

sepulta la distancia.

Se abre la caja;

de ella se escapan dulces ideas.

 

La mariposa rubia ha aleteado.

El gigante distante depone su hacha,

y vuelve a sacar su pluma.

Reencarnan los árboles

en cuerpos de palabras.

KASSIUS HEID

martes, 2 de febrero de 2021

Desnuda


 

El tictac sonó nuevamente. Retumbaba en las paredes como si fueran las campanadas que anuncian la entrada de un rey o una reina… pero no soy exactamente eso… ¿o sí? Los cristales de la ventana vibraban al ritmo del péndulo dominante, el dueño del lugar.

Pum. Pum. Pum…

¿Cuánto tiempo más estaría allí sumergida? ¿Cuánto tiempo más debía transcurrir para estar completamente limpia?

Las cicatrices se abrían en mi piel como abismos infinitos, tan profundos como el castigo que merezco, tan dolorosos como el pecado que estaba pagando. Ardían, quemaban, se enterraban en mis brazos, en mis piernas, en mi espalda, en mi rostro. Abrí la boca para pedir auxilio, pero solo salió un grito ahogado, una tediosa melodía, una patética plegaria. Este era el momento, sí, ¡finalmente moriría! ¡No te salvarás, no tan fácilmente! Karma se apoderó de la situación otra vez. Sentí su latigazo en mi espalda, desprendiendo lo que me queda de dignidad. Llegó hasta el tuétano de mí ser, putrefacto y gangrenoso, salpicándose de veneno. Sonreí satisfecha por no ser la única imbécil en la sala.

Alguien susurró mi nombre, sincronizándose con el silencio del tictac. Abrí los ojos, buscando su voz. ¿Qué debía hacer? ¿Perseguirla? Aquello era un laberinto, el enredado espiral de la locura y la enfermedad… así que caí entre porquería, ratas e insensatez, hasta lo profundo del corazón de aquella casa. Odiaba esas malditas pinturas. Todas eran prueba viviente de ella, de quien me encadenó a la manía del sufrimiento perpetuo… ¿o a la fortuna de saberme distinta? ¡Qué ingenua! ¿Qué clase de suerte es esta? De las peores que Morfeo te ha otorgado, ¿por qué sigues confiando en él? ¿Por qué sigues creyendo que es un sueño? Aquí vives, Alondra, atada al más horrendo y miserable de los castigos. Este es tu hogar, entre heces y soledad. Encadenada a ti misma…

Intenté respirar pero solo conseguí ahogarme con el líquido putrefacto del cual estoy conformada. Lo escupí pero solo conseguí volverlo a tragar, como si el tiempo estuviera del lado de Karma. Así ocurrió una y otra vez, me ahogaba y lo escupía, me ahogaba y lo escupía, sin piedad, sin clemencia, sin la oportunidad o si quiera la posibilidad de terminar con aquella tortura… hasta que simplemente me desmayé. Y no morí, no morí porque no merezco un perdón tan piadoso, pero si así fuera, ¿cómo sería el más allá? ¿Más amable que Morfeo? ¿O una pesadilla incluso peor de lo que es Karma? No puedo imaginarlo. Los horizontes de mi imaginación no alcanzan a trazar un sufrimiento inconmensurable.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Y nuevamente una voz susurrando mi nombre.

Abrí los ojos, empapada de miedo.

­­­—¿Qué ves allí? —preguntó Moisés, detrás de mí.

—No lo sé —susurré en un hilo de voz, temblando de pánico.

—¿Qué tal si bajas de allí y te sientas? Olimpia trajo algo de agua —ambos me miraban, examinándome, siempre a la expectativa de ser los privilegiados espectadores de mi tormentosa existencia.

Ella se acercó a mí pero la luz que irradiaba era tan intensa, que tuve que cerrar los ojos y rechazarla. Simplemente me senté, respirando muy despacio para no ahogarme, mirando a mi alrededor muy atenta para no ser apuñalada nuevamente por la espalda.

Miré el reloj en la pared.

Solo han pasado cinco minutos.

***

—¿Qué le pasó en los brazos?

—Ella misma se arrancó la piel, la encontraron hace días tendida en un charco de su propia sangre.

—Es terrible…

—Mira esto, ¿qué te parece?

—¿Ella los dibujó?

—Sí, usualmente dibuja lo mismo siempre. Son las pinturas que su madre tenía colgadas en el sótano, era lo único que podía ver cuando la torturaba.

—¿Por qué las dibuja siempre? Se supone que son recuerdos dolorosos.

—Pienso que es una forma de no olvidarla, autocastigarse constantemente por haberla matado.

—Pero si ella la lastimó desde que nació.

—Eso no importa. Cuando se crea una relación simbiótica entre dos personas, no importa cuánto dolor se causen mutuamente, se seguirán amando.

—¿Y lo que pasó hoy?

—Estaba alucinando. Tiene una especie de personalidad alterna, se llama Karma, es una mezcla entre ella misma y su madre. Al principio era un mecanismo de defensa, luego se convirtió en una entidad persecutoria con rasgos propios, no la deja comer o dormir, a menos que la mediquemos.

—¿Y el tal Morfeo?

—Soy yo… al ser su psicoanalista y la única persona con quien puede hablar sin sentir miedo, es natural que sea parte de su delirio.

—¿Qué está haciendo?

Está cantando. Su madre la obligaba a cantar cuando la torturaba.

—Pasa más tiempo alucinando que despierta.

—Si, su vida es una película de terror que no termina… ella misma intenta matarse y ella misma se salva.

—¿Por qué?

—Porque se siente culpable de haber matado a su madre y piensa que el único castigo es seguir viviendo siendo perseguida por la culpa.

—Nunca vi algo así en el pregrado.

—Son casos raros y difíciles… imagínate vivir el resto de tu vida lleno de miedo y angustia, delirando todos los días que te lastiman, te atacan, te hieren, hasta darte cuenta que eres tú misma quien causa todo eso. Es un ciclo que a veces no tiene fin… bien, Olimpia, ¿diagnóstico?

—Psicosis, doctor.

 

Autora: ÁNGELA NÚÑEZ

Ilustración: ADRIANA CASTILLO

 

 

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