El tictac sonó nuevamente. Retumbaba en las
paredes como si fueran las campanadas que anuncian la entrada de un rey o una
reina… pero no soy exactamente eso… ¿o sí? Los cristales de la ventana vibraban
al ritmo del péndulo dominante, el dueño del lugar.
Pum. Pum.
Pum…
¿Cuánto tiempo más estaría allí sumergida?
¿Cuánto tiempo más debía transcurrir para estar completamente limpia?
Las cicatrices se abrían en mi piel como
abismos infinitos, tan profundos como el castigo que merezco, tan dolorosos
como el pecado que estaba pagando. Ardían, quemaban, se enterraban en mis
brazos, en mis piernas, en mi espalda, en mi rostro. Abrí la boca para pedir
auxilio, pero solo salió un grito ahogado, una tediosa melodía, una patética
plegaria. Este era el momento, sí, ¡finalmente moriría! ¡No te salvarás, no tan fácilmente! Karma se apoderó de la
situación otra vez. Sentí su latigazo en mi espalda, desprendiendo lo que me
queda de dignidad. Llegó hasta el tuétano de mí ser, putrefacto y gangrenoso,
salpicándose de veneno. Sonreí satisfecha por no ser la única imbécil en la
sala.
Alguien susurró mi nombre, sincronizándose con
el silencio del tictac. Abrí los ojos, buscando su voz. ¿Qué debía hacer?
¿Perseguirla? Aquello era un laberinto, el enredado espiral de la locura y la
enfermedad… así que caí entre porquería, ratas e insensatez, hasta lo profundo
del corazón de aquella casa. Odiaba esas malditas pinturas. Todas eran prueba viviente
de ella, de quien me encadenó a la manía del sufrimiento perpetuo… ¿o a la
fortuna de saberme distinta? ¡Qué
ingenua! ¿Qué clase de suerte es esta? De las peores que Morfeo te ha otorgado,
¿por qué sigues confiando en él? ¿Por qué sigues creyendo que es un sueño? Aquí
vives, Alondra, atada al más horrendo y miserable de los castigos. Este es tu
hogar, entre heces y soledad. Encadenada a ti misma…
Intenté respirar pero solo conseguí ahogarme
con el líquido putrefacto del cual estoy conformada. Lo escupí pero solo
conseguí volverlo a tragar, como si el tiempo estuviera del lado de Karma. Así
ocurrió una y otra vez, me ahogaba y lo escupía, me ahogaba y lo escupía, sin
piedad, sin clemencia, sin la oportunidad o si quiera la posibilidad de
terminar con aquella tortura… hasta que simplemente me desmayé. Y no morí, no
morí porque no merezco un perdón tan piadoso, pero si así fuera, ¿cómo sería el
más allá? ¿Más amable que Morfeo? ¿O una pesadilla incluso peor de lo que es
Karma? No puedo imaginarlo. Los horizontes de mi imaginación no alcanzan a
trazar un sufrimiento inconmensurable.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Y
nuevamente una voz susurrando mi nombre.
Abrí los ojos, empapada de miedo.
—¿Qué ves allí? —preguntó Moisés, detrás de
mí.
—No lo sé —susurré en un hilo de voz, temblando
de pánico.
—¿Qué tal si bajas de allí y te sientas?
Olimpia trajo algo de agua —ambos me miraban, examinándome, siempre a la expectativa
de ser los privilegiados espectadores de mi tormentosa existencia.
Ella se acercó a mí pero la luz que irradiaba era
tan intensa, que tuve que cerrar los ojos y rechazarla. Simplemente me senté,
respirando muy despacio para no ahogarme, mirando a mi alrededor muy atenta
para no ser apuñalada nuevamente por la espalda.
Miré el reloj en la pared.
Solo han pasado cinco minutos.
***
—¿Qué le pasó en los brazos?
—Ella misma se arrancó la piel, la encontraron
hace días tendida en un charco de su propia sangre.
—Es terrible…
—Mira esto, ¿qué te parece?
—¿Ella los dibujó?
—Sí, usualmente dibuja lo mismo siempre. Son
las pinturas que su madre tenía colgadas en el sótano, era lo único que podía
ver cuando la torturaba.
—¿Por qué las dibuja siempre? Se supone que son
recuerdos dolorosos.
—Pienso que es una forma de no olvidarla,
autocastigarse constantemente por haberla matado.
—Pero si ella la lastimó desde que nació.
—Eso no importa. Cuando se crea una relación
simbiótica entre dos personas, no importa cuánto dolor se causen mutuamente, se
seguirán amando.
—¿Y lo que pasó hoy?
—Estaba alucinando. Tiene una especie de personalidad
alterna, se llama Karma, es una mezcla entre ella misma y su madre. Al
principio era un mecanismo de defensa, luego se convirtió en una entidad
persecutoria con rasgos propios, no la deja comer o dormir, a menos que la
mediquemos.
—¿Y el tal Morfeo?
—Soy yo… al ser su psicoanalista y la única
persona con quien puede hablar sin sentir miedo, es natural que sea parte de su
delirio.
—¿Qué está haciendo?
Está cantando. Su madre la obligaba a cantar
cuando la torturaba.
—Pasa más tiempo alucinando que despierta.
—Si, su vida es una película de terror que no
termina… ella misma intenta matarse y ella misma se salva.
—¿Por qué?
—Porque se siente culpable de haber matado a su
madre y piensa que el único castigo es seguir viviendo siendo perseguida por la
culpa.
—Nunca vi algo así en el pregrado.
—Son casos raros y difíciles… imagínate vivir
el resto de tu vida lleno de miedo y angustia, delirando todos los días que te
lastiman, te atacan, te hieren, hasta darte cuenta que eres tú misma quien
causa todo eso. Es un ciclo que a veces no tiene fin… bien, Olimpia,
¿diagnóstico?
—Psicosis, doctor.
Autora: ÁNGELA NÚÑEZ
Ilustración: ADRIANA CASTILLO
Equipo de Papel, escritura y tinta @EscriturayTinta
Oriana
Ángela
Adriana