Contemplando
un
hermoso atardecer
sentí
muy dentro de mi ser,
al
Señor, deseos de agradecer
que
mis ojos pudieran ver
sus
maravillas por doquier.
Mirando
aquel bello paisaje,
pude
traer a mi mente
mis
más gratos pensamientos,
recuerdos
de amores inolvidables
y pude
sentir dentro de mi ser
una
agradable sensación
de paz
y amor.
Aquella
tarde
me
pregunté una y otra vez,
¿por
qué algunos hombres
en
Dios no han de creer?
Si la
naturaleza es fiel evidencia
de que
su existencia es verdadera.
Le
rogué que iluminara
el
corazón de aquellas almas,
en las
tinieblas no se pierdan
la luz
en ellas resplandezca.
Fue
inevitable no expresarle
lo que
mi corazón
sintió
aquella tarde,
mientras
el sol me sonreía
tras
las montañas ocultándose.
Esperé
a la luna,
se
asomó y me saludó
con una tierna sonrisa.