Daniel empezó
a asustarse por la desaparición de su amigo, temiendo por su vida y recordaba
todas las preocupaciones que le contaba; la obsesión por descifrar el
manuscrito…, el libro de las tapas negras, y la dichosa llave antigua con la
que desapareció Robert.
A pesar de la
nota que recibió como advertencia, no le importó, se dispuso a hablar con la
casera con intención de averiguar el paradero de Robert. Llamó varias veces a
su puerta pero sin éxito. Se marchó del edificio camino a su consulta, debía
hacer algunas llamadas, tenía citas pendientes con sus pacientes pero tuvo que
cancelarlas.
Quiso
investigar por su cuenta pero daba palos de ciego, y entonces recordó que un paciente
suyo le había hablado en una ocasión de un detective privado que era muy bueno
en casos de desaparición.
Daniel buscó
en sus archivos el nombre del paciente, para contactar lo antes posible.
Por fin
contactó con su paciente que afortunadamente le dio el nombre y número de
teléfono. Se llamaba Frank Cooper y era un detective privado que en numerosas
ocasiones colaboraba con la policía.
El detective
Frank quiso quitarle hierro al asunto en su primera impresión, al contarle
Daniel toda la historia. No obstante, debía investigar si la desaparición tenía
que ver más con ciertas sectas, que harían lo imposible por tener cierta clase
de libros para sus rituales, o alguien que pagaría una buena suma de dinero por
la obtención de un libro misterioso lleno de enigmas.
Decidió
viajar Londres para seguir todos los pasos de Robert Smith, sobre todo indagar
más en la famosa taberna. El detective Frank, era un hombre de estatura
considerable y de complexión fuerte, con el defecto de ser un fumador
empedernido, llevando siempre en los bolsillos de su gabardina un par de
paquetes de la marca Chesterfied.
Instalado en
el mismo hotel que Robert, quiso preguntarle al conserje si sabía dónde estaba la taberna de la “La dama Gris”.
El conserje algo extrañado por la pregunta le dio la dirección de la calle. No
sin antes, preguntarle al nuevo huésped si no preferiría otros ambientes. El
detective no le respondió.
Sobre las
diez de la mañana, Frank salió en dirección a la taberna. Estaba a unas
manzanas del hotel. Con paso ligero se tropezó con un hombre vestido de negro y con una singular
capa negra y sombrero al que apenas se le veía el rostro. Robert pensó en un
primer instante, lo extravagante que llegaban a ser algunos individuos.
Mientras caminaba en dirección a la taberna pasó por delante de una vieja
tienda de libros antiguos. Le llamó la atención el escaparate de cristal con
libros bastante raros, y decidió entrar. Un anticuario le recibió al sentir la
campanilla de la puerta.
—Buenos días
—dijo el anticuario—, puedo ayudarle en algo.
Frank asintió
con la cabeza.
—Sí, quisiera
preguntarle por un libro en concreto, que un amigo mío adquirió en su
tienda.
El detective
estaba dispuesto a averiguar todo lo concerniente a ese libro y por qué
albergaba tanto misterio. Sabía que Robert Smith el día de su desaparición
llevaba en su poder el manuscrito.
Frank intentó
sonsacarle información, sin demasiado éxito.
—Verá, se
trata de un libro peculiar de tapas negras con una estrella de cinco puntas,
insertada en el centro del libro.
—Disculpe…, pero ese libro que usted menciona
no creo que estuviera en esta tienda.
La mirada del
anticuario denotaba incomodidad, pero se afanó en negar la posibilidad de un
ejemplar de esas características.
El detective
no estaba dispuesto a perder el tiempo, insistió.
—No quisiera
ser grosero pero tengo entendido que la policía estuvo indagando en su tienda,
por la muerte de una persona…
El
nerviosismo del anticuario era evidente, el semblante de su rostro palidecía a
cada palabra del detective.
El anticuario
le preguntó:
—Perdone, ¿es
usted policía?
—No, soy
detective privado y sí, colaboro con la policía, en casos de desaparición de
personas.
La mirada del
anticuario empezaba a relajarse. Entró dentro de la trastienda y salió con una
libreta, con las hojas arrugadas. Con un gesto en la mano, le indicó que se
aproximara al mostrador, para mostrarle las entradas de libros sobre esa
fecha.
Frank sacó de su bolsillo una fotografía de
Robert Smith y la puso encima del mostrador. El anticuario lo reconoció
enseguida.
—Recuerdo que
el hombre de la fotografía pasó por delante de la tienda y se detuvo a observar
el escaparate. Le llamó principalmente la atención el libro que usted menciona,
y entró a la tienda preguntando. Se lo enseñé, pero le comenté que era un libro
antiguo descatalogado, y que ya tenía dueño. Entonces él me preguntó por qué lo
tenía en el escaparate. Yo le contesté, como reclamo.
—Tengo clientes que buscan libros esotéricos…Y
tengo que confesarle, que, desde que murió el propietario de la tienda, la
policía anda rondando por aquí, por eso ciertos libros los entrego por encargo privado.
Las
explicaciones del anticuario no le parecieron del todo sinceras, su intuición le decía que ocultaba algo más.
Frank se marchó de la tienda, dándole las gracias por las molestias. No quiso
ponerlo sobre aviso, preguntándole nada más.
Anduvo unos
pasos hasta dar con el callejón estrecho que le conduciría a la taberna,
recordó las palabras del recepcionista que a modo de suspicacia, le recomendaba
otros sitios. Conforme iba avanzando por el callejón una extraña neblina lo
envolvió, las viejas farolas apenas iluminaban la calle, vislumbró a un hombre
vestido de negro con una capa que le cubría parcialmente el rostro. Calló en
seguida en la cuenta, que había visto a este personaje. Y le pareció muy
extraño que le indicara donde estaba la taberna.
El detective
se paró un instante para sacar de su bolsillo el paquete de Chesterfield y con
la imperturbabilidad que lo caracterizaba se encendió un cigarrillo y observó
al individuo de negro si hacía algún movimiento extraño.
A medida que
se acercaba a la taberna el hombre extraño desapareció. Entró en la famosa
taberna se acomodó en una mesa pequeña de madera y le pidió al camarero una
jarra de cerveza. Frank se limitó a observar el local que tenía muy poca
iluminación, le llamó la atención que los clientes de aquel antro vestían con
ropajes antiguos. Le preguntó al camarero si era normal que vistiesen de ese
modo o había una especie de fiesta con disfraz de la época.
El camarero
le sirvió la jarra de cerveza mirándolo muy serio.
—Veo que no
conoce la famosa leyenda de “La Dama Gris”.
—Algo he oído
—dijo el detective.
Debe saber que
si tiene un encuentro con el fantasma de Dorothy, su vida ya no será la misma.
—Supercherías,
quizás mantengan viejas tradiciones, pero lo del fantasma, no me haga reír.
La
indignación del camarero era palpable. Frank continuó bebiendo su cerveza, sin
darle más importancia al gesto del camarero. Divisó al fondo del local el mimo
hombre que había visto antes, quiso levantarse de la silla para averiguar quién
era ese tipo, y si lo estaba siguiendo.
Cuando
de repente lo abordó una joven de piel
blanquecina, que amablemente le sugirió que se volviera a sentar. Quería hablar
con él para advertirle del peligro que corría.
Frank no
entendía nada. De repente, la mujer apareció de la nada y el hombre de negro se
había esfumado. Escuchó atentamente la historia de la joven, que parecía haber
salido de un libro de terror. Atónito le preguntó por qué le contaba a él esta
historia.
La joven de
aspecto blanquecino lo miró fijamente y le reveló el paradero de Robert Smith.
Una secta peligrosa lo había secuestrado y no lo soltarían hasta tener en su
poder el libro de las tapas negras.
Robert Smith
por aquel entonces escondió el libro en un compartimento secreto, que tenía
debajo del fregadero de la cocina. Su amigo Daniel no lo sabía, solo tenía en
su poder aquella extraña nota, donde le decía, “no te entrometas”.
Frank Cooper
ignoraba este detalle.
El detective
miró su reloj un momento y cuando levantó la cabeza, la joven de piel
blanquecina había desaparecido. Se levantó de la silla algo desconcertado, pero
la inmediatez de la noticia de que Robert Smith había sido secuestrado era su
máxima prioridad. Tenía que dar aviso a las autoridades de Londres.
Con paso
ligero se dirigió a la avenida principal dejando atrás el callejón y la vieja
taberna. Visualizó un taxi que estaba justo en la parada, a pocos metros, con
la respiración entrecortada alcanzó al fin su cometido.
Frank subió
al taxi y le indicó la dirección. En el trayecto hacía la comisaría más
próxima, el taxista lo observaba por el retrovisor.
—Tengo que
contarle algo serio si me lo permite, sé dónde se encuentra su amigo Robert...
Será mejor que no acuda a la Policía tan pronto.
—¡Está loco!
Le exijo que me lleve a comisaría…
—No se asuste
hombre, tuve la suerte de conocer a Robert. Sabe, fue mi cliente favorito. Me
dijo que es periodista y escritor. Me estuvo contando el incidente de la
taberna, La Dama Gris, y la preocupación de aquella joven. Le aconsejé que no
indagara más sobre ciertos asuntos.
Frank no tuvo
más remedio que cortarle la conversación. Con cierto sarcasmo, le preguntó si
él era el “Oráculo” en toda esta historia o pertenecía a la secta que había
secuestrado a Robert Smith.
El silencio
del taxista era revelador, por un instante el semblante de Frank palideció, no
sabía muy bien a quién o a quienes habría que confrontar. Temió por su vida.
—No se
preocupe no voy a hacerle nada, quiero ayudarle, sé que es detective y ha
venido a Londres en busca de respuestas… Cómo lo hizo en su momento Robert,
sólo que él tuvo menos suerte.
—¿Y sabe si
se encuentra bien?
—Sí, no se
preocupe, solo quieren el libro de las tapas negras —dijo el taxista.
“Ella” solo
desea que el libro se destruya, todo el que alcanza a tenerlo en sus manos su
vida se transforma en una pesadilla.
—Entonces, ¿para
qué quieren el maldito libro si ocurren desgracias a su alrededor? —No hubo
respuesta—. Perdone que le interrumpa, ¿Cuándo ha hecho mención de “ella” se
refiere a Dorothy?
—Claro,
aconteció el taxista.
Mientras, en
Nueva York, Daniel no recibía noticias de Frank, de cómo iba la investigación.
Supuso que más pronto que tarde lo llamaría por teléfono.
En el apartamento donde vivía Robert había una fuga
de agua, donde los vecinos se quejaban. La casera no tuvo más remedio que
localizar a Daniel para que le dijera cuándo pensaba regresar Robert. Pero no
obtuvo respuesta.
La dueña del
edificio avisó a los fontaneros y con la llave maestra entraron al apartamento.
Se encontraron con el pasillo lleno de agua. La casera se puso las manos sobre
la cabeza maldiciendo la ausencia de Robert. Al cabo de tres horas ya estaba la
fuga controlada, sólo que el agua había hecho estragos en la cocina. Uno de los
fontaneros le entregó a la casera un paquete envuelto en plástico, precisando
que lo habían encontrado en un compartimiento oculto detrás de la tubería
principal.
El primer
pensamiento de la casera fue subirle el alquiler por el estropicio que había
dejado tras la fuga de agua.
Unos días más
tarde, Daniel se pasó por el apartamento de Robert. Tenía la llave y quería
comprobar si todo estaba bien. Ante la sorpresa de la casera, que lo abordó en
la escalera y le entregó el paquete, diciéndole que estaba harta de las
ausencias de su amigo y de no contribuir en los gastos de la comunidad.
Daniel no
dijo nada y se adentró en el apartamento de Robert. Estuvo mirando el paquete que
la casera le había entregado sin saber muy bien si abrirlo o dejarlo en su
habitación. Minutos más tarde recibió una llamada. Era el detective.
Durante la
conversación, Frank Cooper le especificó a Daniel que tenían noticias de un
hombre con las mismas características que Robert Smith. Sin más dilación y con
una alegría contenida, Daniel compró un pasaje para Londres.
A su llegada
a Londres el detective estaba esperándolo, para ponerse en marcha al lugar
donde supuestamente encontrarían a Robert.
Llegaron al
final de un camino pantanoso, donde divisaron una vieja casona de agricultores
que parecía estar abandonada. El detective llevaba su arma reglamentaria. No
sabían qué podían encontrar en la vieja casona. Se detuvieron con sigilo
haciendo señas para que Daniel fuera por la parte de atrás de la casa.
Por una
pequeña ventana de madera que no estaba cubierta del todo, Frank pudo ver a
un hombre maniatado en el suelo. La estancia
del habitáculo parecía estar en ruinas, no había pavimento, y en el centro
estaba dibujado un pentagrama de cinco estrellas. Al fondo parecía estar
arrojado un bolso, de tipo bandolera, del cual sobresalía una carpeta con
hojas… Cuando Frank se aseguró de que no había nadie, forzó la puerta de madera
y encontraron a Robert inconsciente.
De inmediato,
desataron las cuerdas de las manos y los pies he intentaron reanimarle sin
mucho éxito. Robert no respondía, Daniel se quedó con él, mientras Frank se iba
a buscar al taxista para dar aviso a una ambulancia y a la Policía.
Al cabo de
una hora, Frank entraba en la comisaría para denunciar el secuestro de Robert.
Las autoridades se pusieron de inmediato con la investigación, ya que tenían sospechas
de esta secta peligrosa. La ayuda que les proporcionó el detective fue
fundamental para detenerlos.
Robert estaba
en el hospital recuperándose. Tenía una deshidratación severa y contusiones
múltiples.
El taxista se
entregó voluntariamente a la policía, tenía en gran estima a Robert y quiso
colaborar con la información de los lugares donde se escondía esta secta.
Pasó una semana del ingreso en el hospital de
Robert, iba mejorando poco a poco, y mientras tanto su amigo incondicional no
se separaba de la habitación. Hablaron largo y tendido de todo lo sucedido.
La policía
decidió de momento quedarse con el manuscrito, por si podían averiguar algo
más.
La
desaparición del libro de tapas negras, continuaba siendo un enigma. Daniel lo
había dejado en la habitación del apartamento, pero a su regreso, no lo
encontraría…
De regreso a
Nueva York, Frank le agradeció toda la ayuda que Daniel le prestó y le dio un
fuerte abrazo a Robert, deseando su pronta recuperación.
La
incorporación de Robert Smith al trabajo fue paulatina, incorporándose de nuevo
al periódico The New Journal. Tres meses después renunciaría al periódico, para
dedicarse a su faceta de escritor.
La vida de
Robert había cambiado, recuperó el manuscrito. Continuaba yendo a la biblioteca
para leer y documentarse para sus libros. Una mañana volvió a ver a la
misteriosa chica de piel blanquecina que lo observaba desde el fondo de la sala
con un libro de tapas negras y una llave.
¿Volvería a
empezar la pesadilla otra vez para Robert o la misteriosa joven le daría una
tregua…?
RAQUEL
CARDONA @Raquel2453