viernes, 6 de julio de 2018

El celoso extremeño


Autor: Miguel de Cervantes (1547-1616)
Año de la obra: 1613

Esta es la historia de Felipo de Carrizales, un extremeño que si en su juventud malgastó su hacienda logró, sin embargo, llegar a la vejez con una cuantiosa fortuna amasada en las Indias. Deseaba tener descendencia a quien dejar sus ahorros, pero el solo pensamiento de que su esposa le pudiera engañar con otro le disuadía de tal idea. Así de celoso era. Un día, al final, se casó guardando a su mujer como a la más preciada joya. Por su condición de celoso le mandaba hacer los vestidos a la medida de otra mujer que tenía las mismas suyas para que no la viese el sastre. Hizo de su casa una fortaleza de ventanas tapiadas, puertas cerradas con una llave maestra que sólo él poseía día y noche. En el portal hizo, asimismo, una caballeriza y un pajar donde instaló a un negro viejo y eunuco encerrado entre puerta y puerta. En esa suntuosa mansión por su decorado y mobiliario, aunque claustro por sus características, la recluyó y la rodeó de criadas, esclavas y de una dueña. Únicamente salía de allí en los días de fiesta para ir con su esposo a misa y siempre muy temprano para que nadie la viese. A Leonora, que ese era el nombre de la pobre desgraciada, la dotó con veinte mil ducados y a todos, sin excepción, los hacía regalos constantemente para tenerlos contentos, incluidos los padres, que de esta forma consentían la inhumana manera de vivir de su hija.
Sucedió un día que un galán de mala condición se propuso entrar en aquella casa para ver a Leonora, atraído por la curiosidad de comprobar con sus ojos la hermosura que decían que tenía. Con la complicidad de tres amigos suyos, Loaysa, que así se llamaba, se vistió de pobre y se apostó noche tras noche en la puerta de la casa cantando bellas melodías, hasta que en una de esas noches, sintiendo que el negro Luis le escuchaba, le pidió agua, que naturalmente no le dio por estar encerrado. A partir de ahí entablaron una conversación. Supo por él de los celos de Carrizales y de los sistemas de seguridad de aquella fortaleza disfrazada de morad y comenzó a socavar la lealtad de Luis prometiéndole que iba a hacer de él un buen músico, aunque para ello necesitaría entrar para darle las pertinentes lecciones. Tramaron la manera hasta que lo consiguieron desclavando la cerradura que tras las clases volvían a restituir. Cuando el resto del servicio conoció la existencia del músico, por una guitarra que éste dejó a Luis, quisieron compartir con él tan incalculable tesoro de entretenimiento y así, es noche, todos menos Leonora le escucharon admirados tras la puerta. Loaysa les aseguró que conseguiría algo que hiciese dormir a Carrizales para que también su señora pudiese oírle. Esto fue lo que acordaron y, a la siguiente oportunidad, se halló con ellos Leonora que, aunque temerosa por su marido, fue alentada por los sirvientes para estar con ellos. Hicieron un pequeño agujero en la puerta para verle y se comunicaron las intenciones de entrar tras dormirle, a lo que se opuso Leonora en un principio, mas fue finalmente convencida por la dueña, la señora Marialonso, y al final accedió, no sin antes hacerle jurar a Loaysa que haría lo que ellas dijesen. Llegó la noche de la verdad y en ella pasó Loaysa a Leonora un ungüento que le habían conseguido sus amigos para que se lo diese a su marido y que, según decían, tenía la propiedad de dormir por dos días a quien fuese untado con él, a menos que se le lavase con vinagre. Hecho esto, Leonora cogió la llave, abrió a Loaysa y todos disfrutaron de su música. Pero el miedo, que hace ver fantasmas donde no los hay, hizo creer a una esclava que despertaba Carrizales y aquella bandada de palomas, como Cervantes las describe en un par de ocasiones, se desbandó a cada una de las habitaciones excepto Leonora y la dueña Marialonso que mandó a Loaysa que se escondiese en su propia alcoba. Aprovechando la confusión y al ver que era una falsa alarma, Marialonso se metió en su cuarto para satisfacer los deseos amorosos que sentía por Loaysa y seducirle como una maliciosa víbora. Él, que se dio cuenta, la siguió el juego y dijo que sería suyo si antes lo era de su señora. Marialonso aceptó y persuadió a la débil e ignorante Leonora que cayó finalmente en los brazos de Loaysa en la estancia de la dueña. En esto Carrizales despertó y los sorprendió durmiendo juntos (que otra cosa no hicieron). Enfermo y turbado de celos regresó a su alcoba y cuando llegó el día y con él Leonora al lecho conyugal, mandó llamar a los padres de ésta y los reunió con su mujer y con la dueña. Luego les comunicó el engaño de Leonora, reconoció su error por privarla de toda libertad, le dobló la dote y la pidió que a su muerte se casase con Loaysa. Fue entonces cuando más se arrepintió Leonora de su desliz. Así, poco antes de morir, Carrizales liberó a las esclavas y al negro Luis, se acordó en su testamento de las criadas y nada dejó a Marialonso por su traición, la cual se quedó también sin Loaysa ya que, avergonzado y despechado por el rechazo de Leonora hacia él, se marchó a las Indias. Finalmente, Leonora ingresó en un monasterio hasta el final de sus días.
En esta novela se evidencia que no se puede retener a nadie contra su voluntad y menos cuando ésta es maliciosamente alterada por una persona de confianza que busca la perdición de un alma ingenua, fiada y titubeante. También se demuestra el hecho de que aquello que es más prohibido se convierte en lo más codiciado. Así, los excesivos celos de Carrizales le llevaron a tener motivos para sentirlos. Fue liberal en el dinero con el que quiso comprar a su esposa pero de nada le sirvió, pues no lo fue en sus actos. Es una novela ejemplar de cómo debe ser un matrimonio. Éste ha de basarse en la confianza entre los dos cónyuges para que ésta lleve al cariño mutuo, el cual evitará que ninguno de los dos escuche a terceras personas que puedan pretender de forma encubierta y taimada romper su felicidad.

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