jueves, 30 de julio de 2015

9999



—Antes de que vuelva papá, date prisa —le conminó Juan a su hermano.
—Hago lo que puedo, pero ni su año de nacimiento ni los nuestros sirven. Hay que pensar en algo que sea de gran importancia para él.
—Si sólo son cuatro números...
—Las combinaciones son infinitas, Juan.
—¿Has probado los cuatro nueves?
—No, creo que aún no. Espera que las tengo apuntadas... No, no está. Probemos.
La caja fuerte se abre y tan solo una nota se encuentra dentro.
"Sabía que lo intentaríais. Procurad que no me dé cuenta de que habéis leído esto".

ANTONIO PÉREZ RUIZ

viernes, 24 de julio de 2015

La carreta nagua



Adaptación del cuento folclórico de Nicaragua,  por Pedro Obando.

Gabriel era un joven periodista de uno de los periódicos más leídos de la capital de a mediados de los años veinte del siglo XX. Él había sido mandado a un remoto pueblo del norte del país llamado San Juan del Norte a investigar unos misteriosos casos que habían reportado por telégrafo algunos habitantes acerca de muertes misteriosas, y de una extraña figura nocturna a la que llamaban “La carreta Nagua”. El joven reportero iba de muy mala gana porque él soñaba con escribir grandes reportajes y este tema lo consideraba tontería y necedad, pero resignado por ser el más nuevo en el periódico tuvo que tomar el desafío. En el transcurso del viaje él escuchaba atentamente a unos pasajeros vecinos de un poblado cercano a su destino, que comentaban sobre el tema que él investigaría en el ya mentado pueblo. Decía uno de los pasajeros:
—Dicen que como a la una de la mañana se escucha el rechinar de unas ruedas de carreta en las calles del pueblo y que cuando se detiene en algún lugar alguien muere…y si en verdad muere esa persona es porque la carreta y el que la conduce se la lleva porque en su vida fue malvada.
Entonces Gabriel interesado decide entrar en la conversación y pregunta:
—Disculpe, ¿y quién conduce la supuesta carreta?
Volteando un poco sorprendido, el relator de la historia, ve a Gabriel, encoje los hombros y le dice:
—Nadie lo ha visto bien pero algunos dicen que han visto por las rendijas de las puertas que es un esqueleto o la calaca, y que a los que lleva atrás en la carreta son las almas de los que mueren a su paso.
Gabriel incrédulo sólo sonríe levemente moviendo la cabeza se recuesta en su asiento y decide tomar una siesta mientras llega a su destino.
De pronto, se encuentra profundamente dormido y el ayudante del tren le toca el hombro y le dice:
—Despierte ya llegamos a San Juan del Norte y sólo usted se queda aquí.
Gabriel estirándose le pregunta:
—¿Qué hora es?
El ayudante mira en su reloj de cadena y dice:
—Faltan cinco minutos para la una de la mañana. ¿Ya es tarde tiene donde quedarse? El joven le contesta:
—Sí, en la posada de doña Carlota.  
—Mmm, bueno la verdad no creo que esté abierto a esta hora la posada de esa vieja bruja amigo, además no es buena señal los perros están aullando muy inquietamente”  —le contesta el trabajador del ferrocarril.
Gabriel se baja y sin poner demasiada atención le pregunta:
—¿Por dónde llego a la posada?
El ayudante de maquinista responde:
—Vaya por ahí derecho hasta llegar a esa luz que se ve al fondo —señalando a una callejuela profundamente oscura y con una pequeña y débil luz a lo lejos. Gabriel volteando al camino indicado sin ningún tipo de temor más rendido por el cansancio del viaje, que ya ni recordaba la historia de los pasajeros acerca de la tal “Carreta Nagua”, comienza a caminar entre tropiezos por la espesa oscuridad y las piedras que abundaban, mientras avanzaba cargando su equipaje, comienza a sentir un escalofrío creado por el frío viento de la madrugada y por una extraña sensación que de súbito lo embargaba. De pronto, comienza a escuchar el crujir de unas ruedas de carreta que venían a su encuentro, y de fondo, siempre el aullido incesante de los perros. En su mente dice: “Malditos perros así reciben a los forasteros”.  Y entre la tenue luz de la luna ve la silueta del conductor del rustico carruaje, y en sus adentros piensa: “Ah que bien por fin alguien a quien preguntar si estoy ya cerca de la posada”. Gabriel decide salir al encuentro de la carreta, y cuando se acerca puede observar que los bueyes que tiran de ella están demasiado flacos y tienen un aspecto tenebroso, y dirige la mirada al conductor, éste tiene el rostro tapado con un manto oscuro, pero Gabriel no puede verle el rostro y le pregunta:
—Buenas noches amigo, ¿estoy cerca de la posada de doña Carlota?
El conductor se detiene en seco y asiente nada más sin emitir ni un solo ruido y apunta con su dedo índice hacía la dirección de la posada. Entonces Gabriel gradece y camina, pero el escalofrió se le hizo más intenso, de pronto al dar un par de pasos escucha una carrasposa y seca voz, la del conductor de la carreta que le dice:
—Vas por el camino correcto pero a Carlota, la bruja del pueblo no la encontraras, ella se fue para siempre.
Y soltando una sonora risa macabra se perdió con su carreta en la penumbra. El joven volteó a ver y antes que desapareciera, vio a la parte trasera de la carreta y en ella iba sentada con los pies colgados y los ojos desorbitados una mujer vieja que le decía adiós con su mano izquierda como queriendo decirle algo pero sin poder hablar, Gabriel volteó muy extrañado por lo que había visto, y comentó en su interior: “Estos lugareños sí que son extraños”.
Por fin el muchacho llego a la posada y vio que había muchas personas unas llorando y otras sorprendidas, entonces preguntó a una de las mujeres presentes:
—¿Disculpe, que pasó aquí?
Entonces le contestó una mujer entre sollozos:
—Doña Carlota acaba de morir y la Carreta Nagua se acababa de escuchar pasar.
En ese momento, Gabriel se dirige a un extremo del pasillo donde varias personas rodeaban un catre, y ve el cadáver de doña Carlota sobre el lecho.   El joven se quedó helado al ver que era exactamente igual a la mujer que vio sentada en la carreta que se había encontrado en el camino. Por unos segundos queda en shock. Luego sacude su cabeza como queriendo salir del extraño momento y corre a la salida de la posada y mira hacia el camino donde se había encontrado al maligno carruaje, pero ya no alcanza a ver nada, sólo escucha a lo lejos el aullido desconsolado de los perros.
Desde ese momento Gabriel se quedó despierto todo el tiempo que pasó en el pueblo, a los pocos días se fue de regreso a la capital y escribió el reportaje según lo que alcanzó a investigar diciendo: “La carreta Nagua se llevó a doña Carlota y otras personas del pueblo porque practicaban la brujería”.
Ahora Gabriel piensa frecuentemente en lo que vio y muy a menudo tiene extraños sueños. Cuando alguien muere hace preguntas referentes a qué pasó por las noches anteriores. Algunos vecinos lo ven como a un hombre muy extraño y perturbado. A veces escucha a los perros aullar, y ruedas de carreta pasar cerca de su vecindario, pero no se atreve a salir a ver de qué se trata, pues tiene temor de que sus pesadillas se vuelvan realidad…

PEDRO OBANDO


jueves, 16 de julio de 2015

Femenina



¿Quién ama de verdad a una mujer sumisa? 
Triste engaño el de que esa forma femenina ofrezca seguridad y completud.
Alguien que en su minusvalía parece incondicional para luego ser lastre y dependencia, quien si enflaqueces, como cualquiera de a ratos, no sepa qué hacer sin tu norte y tu brújula.
¿Cuál es el adorno del que ustedes hombres, faunos o demonios no pueden privarse?
¿El de una joya pequeña que sólo se soporta en su cadena?
Armaré yo mi propio ornamento, en mi propio engarce.
Y seré frágil sólo en el amor y allí gozosamente.
Fuerte por soportar lo adverso y las tormentas.
Filosa para abrir un surco en la memoria.
Suave para que tu mano me busque en las caricias.
Dulce para abrir los labios y el alma cuando el enojo o la tristeza encierren.
Libre para que el reflejo te acompañe aun no estando atada o cerca.

NINA FADER

jueves, 9 de julio de 2015

Prosa a un peregrino



Ayer llego, pálido, con las amarguras en los ojos
lleno de pesadez de un mundo que caminó y no entendió.
Desempacó sus cosas
y al árbol aquel corrió.
Con alegría en los ojos, el árbol contempló
bellos recuerdos de su niñez apreció.
Cerró sus ojos y luego los abrió
un público sonriente, al abrirlo encontró.
Contó sus hazañas y grandes historias
que sólo a él le pudieron pasar
a un público sediento que manantial cuyas historias pareció.
Contó sus historias de un mundo lejano que quiso conquistar.
Y de grandes proezas que a otros vio pasar.
Una lágrima rodó, entre sus mejillas se pudo apreciar
trae consigo una carga de atrocidades que sólo un peregrino pueda llevar.
Direcciones del destino que no pudo soportar.
Y el ver tantos rostros amables y felices hizo su corazón palpitar.
Con nostalgia contó
sus ocurridas hazañas
de 20 años sin olvidar el más mínimo detalle
de ser peregrino al otro lado del mar.
Con las congojas de un destino ingrato
no supo aceptar las jugadas baratas de un destino cruel que le habrían de marcar,
ahora se queja, sin más saber,
que la vida no le fue dulce,
jugadas del destino, pobre ha de ser,
sumergido en sus pensamientos, sonriente a medias,
no podía explicar que no supo balancear la vida y el amar,
no supo hacerle trampa al destino y el significado de la vida desvaneció
y en su largo camino la ardua tarea se intensificó.
Repetir la historia jamás podrá imaginar
un sueño buscó
que al final no encontró.
Hoy entre familias y amigos
se ha dado cuenta cuanto perdió.

KENIA ALONDRA DEL CASTILLO