Año de la obra: 1613
A una
posada de Castilblanco de los Arroyos, en Sevilla, llega un caminante que paga
las dos camas de la única habitación disponible en la cual se encierra. Su
hermosura llama la atención de los allí presentes. Al rato, otro caballero, no
menos gallardo que el primero, entra en la posada solicitando cama. Le explican
que un apuesto caminante de belleza inigualable compró las dos que le quedaban,
pero esto, al contrario que un impedimento, es otro motivo para él de alojarse
con tal de comprobar si eran ciertos tantos elogios. Más tarde, llegó un
alguacil y en la comida tramó un plan para que el caballero pudiese ver al
caminante, obligando a éste a ceder uno de los lechos al caballero porque la
autoridad se lo demandaba. Sollozando, sin darse cuenta de su compañía, el
caminante desveló su más guardado secreto: que no era hombre sino mujer de
nombre Teodosia, hija de padres ricos y nobles, la cual entregó el fruto de su
honra y de su cuerpo a un principal caballero llamado Marco Antonio Adorno, que
conquistó su corazón con requiebros y juramentos para, una vez entregada ella,
desaparecer él. Explicó, además, que buscaría a Marco Antonio hasta hacerle su
esposo tal y como se lo prometió y limpiar su mancillada honra, más temía que
sus padres o su hermano, compañero de estudios de su amante en Salamanca la
encontrasen, pues imaginaba que cualquiera de ellos reaccionaría muy mal ante
todo aquello. Resultó que el caballero al que descubrió su secreto era
precisamente el hermano, don Rafael de Villavicencio, que afirmó que le
ayudaría a buscarle y le recomendó que se hiciese llamar Teodoro, tal y como
hizo. Así, se fueron Teodosia, Rafael y el mozo de mulas de éste, Calvete,
dirección a Barcelona siguiendo una pista que le situaba en una galera. En el
camino se toparon con varias personas atadas a los árboles tras ser asaltados
por los bandoleros (recuérdese el episodio de la segunda parte del Quijote
protagonizado por el bandolero catalán Roque Guinart y que era además práctica
habitual en la zona). Entre ellos les causa una especial compasión un joven y
bello muchacho en ropa interior masculina que es desatado y abrigado con la
capa de Calvete por Teodosia. Ésta pronto sospechará del sexo del liberado al
ver sus orejas horadadas y, a solas, le confesará al verse descubierta que,
efectivamente, es una doncella llamada Leocadia, hija de noble familia, quien
le cuenta como también se enamoró de Marco Antonio, de las promesas que
igualmente la hizo, hasta el punto de firmar una cédula que corroboraba su
amor, pero que los bandoleros se la habían robado y que finalmente incumplió
abandonándola, según tenía entendido, por otra doncella. Leocadia se unió al
grupo con el mismo propósito de hallarle, pero sucedió que don Rafael al
conocer la verdad se enamoró de ella formando así entre los tres una extraña
mezcla de amor y de celos con un cuarto protagonista de fondo. Al llegar a la
playa de Barcelona vieron arribar a ella una galera en la que estaba Marco
Antonio y cómo la gente de la ciudad se revolvía contra la misma. En la batalla
fue alcanzado con una piedra el común amante y sólo un caballero principal y
respetado, don Sancho de Cardona, consiguió calmar los ánimos. Liberal, el
ilustre caballero catalán acogió en su casa al herido del que no se separaba
Leocadia. El temor de que Marco Antonio pudiera morir origina que ésta se
identifique ante él y le pida por esposo. Sin embargo, Marco Antonio le
contesta que no puede ser pues ya antes se comprometió con Teodosia a quien se
arrepintió dejar. Luego ésta se descubre y se abrazan. Leocadia queda desolada
e inmediatamente se marcha. Entonces don Rafael la sigue y a solas le declara
su amor. Cuando volvieron a casa del caballero catalán, Marco Antonio y
Teodosia estaban ya desposados. Regresaban a su tierra cuando, cerca de ella,
vieron en el camino como peleaban tres caballeros, adarga y lanza en ristre, a
los que detuvieron al reconocerlos como los padres de Leocadia y Teodosia y el
de Marco Antonio. Supieron que se hallaban en esa tesitura porque los dos
primeros habían desafiado al tercero por los devaneos amorosos del hijo de este
último. No obstante, cuando supieron cómo acabó aquello, todo quedó olvidado.
Entretenida
novela. Nuevamente Cervantes apuesta por la fórmula del enredo amoroso con
arquetipos de belleza y discreción femeninos y de gallardía y liberalidad
masculinos, salpimentándolo todo con los casi inevitables cambios de nombres,
que remata definitivamente con el obligado final feliz. Una historia quizás
algo previsible, pero el interés por saber cuál de las dos doncellas escogerá
Marco Antonio centra la atención del lector y es motivo suficiente para leerla,
al igual que el riquísimo léxico del que hace gala el escritor alcalaíno, como
en todas sus obras.
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