El tren se paró en las vías que hacían frontera con
la zona padana. Los pasajeros estaban desconcertados. Las puertas se abrieron
de par en par. Nadie se movía. Nadie hablaba. Nadie sabía nada. Todos tragaban
saliva. El pánico se había adueñado de los vagones. La noche se estaba
volviendo fría y muy incierta. El tren estaba detenido en mitad de los carriles
con Padania. Los viajeros sintieron latidos de corazón en la garganta. El
pánico calaba en sus huesos.
—¡Bajad de los trenes! ¡Esto es Padania! —exclamó el
maquinista.
Todos los que iban en el tren se quedaron
estupefactos.
Andrés Ramos, el presidente del Parlamento Padano,
guardó la compostura. Tenía el cuello estirado. Su gesto serio apenas mostraba
arrepentimiento. Las cámaras mantenían el foco en él. Mantenía el rostro
sereno. El parlamento había tomado una decisión correcta.
—Sí, cierto. El Parlamento ha aprobado esta tarde la
declaración unilateral de independencia de Padania —sentenció con frialdad.
Los cámaras y ayudantes que estaban en esa entrevista
estaban completamente paralizados. Había quebrado la convivencia y se mostraba
conforme con la decisión de su parlamento.
—¿Se puede estar seguro de tomar una decisión así
después de saber que Romano Prodi se haya marchado a las islas africanas?
—preguntó la periodista.
—Nadie invitó al Rey a que se marchara —respondió.
—Cierto, pero ¿no consideras que el exilio de una
autoridad como es el Presidente de la República es llegar demasiado lejos?
—insistió.
—En absoluto —negó con la cabeza.
La tranquilidad del presidente del Parlamento padano
les inquietó. Había provocado una catástrofe institucional y no mostraba ningún
arrepentimiento por ello. Andrés había concedido una entrevista como otra más.
En su realidad “paralela” no había sucedido nada. Era una sesión ordinaria más
en la que se celebraba algo más.
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