—¡Hasta aquí hemos llegado! —exclamó Aitor Diz.
Había estado mucho tiempo aguantando este saqueo de
las instituciones y estas dictaduras disfrazadas de democracia. Se había pasado
todo el tiempo llenando las calles de la Ciudad Roja con camisetas y protestas
contra la relajación. Pensaba que eso servía para anestesiar a los demás
ciudadanos y para poner cortinas de humo ante emergencias. El 4 de junio fue el
último día. Aitor se sublevó contra la respiración abdominal. En una clase que
impartía la Reina Presidencial de Ciudad Roja saltó por la ventana y se fugó.
No se supo de él durante días.
La Reina Presidencial de Ciudad Roja, Morgana
Terencio, decidió poner bandos de búsqueda y captura por toda la localidad.
Detestaba el pensamiento crítico. Detestaba que le llevaran la contraria. Fue
abandonada por sus hijos y no quería volver a ser abandonada por la ciudadanía.
Aitor Diz se mantuvo un montón de meses en una
pequeña cueva de las afueras de Ciudad Roja. Allí estuvo intentando destronar a
la Reina Presidencial. No quería jugar en su territorio. Era una bruja con
grandes experiencias en el terreno institucional y seguramente saldría
perdiendo. Tampoco podría hacerlo yendo con una simple hacha de metal. Sería
destruida por sus poderes mágicos. Tampoco podría poner más pancartas. Don
Liebre lo sancionaría y lo desterraría de la ciudad de por vida. Tenía que ser
más sutil.
Tras meses de encierro y escondites para que las
autoridades de la Reina Presidencial, regresó a Ciudad Roja. Solo llevaba una
mochila enorme y unos pequeños bastones. Entró como un habitante más. Nadie
supo dónde había estado y tampoco les interesaba saberlo. Se intercambiaban
saludos como si no hubiera sucedido nada y emprendían sus caminos.
Llegó al centro de la ciudad. Se detuvo ante el
palacio de la bruja, de la Reina Presidencial, de la malvada gobernadora… Los
tiempos de reinado con represión y respiración abdominal tenían los días
contados.
ÓSCAR ALONSO TENORIO
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