viernes, 26 de marzo de 2021

La extranjera efímera

 


Hacía mucho tiempo que no regresaba, la gran ciudad la había eclipsado y retornar a la pequeña ciudad con aires de provincianismo… era realmente raro. Desacostumbrada tras años de ausencia, supo que se acercaba cuando aquella señora le miraba raro por leer un libro. Una sonrisa que rozaba el cinismo se dibujó en sus labios pintados de malva. Desde pequeña siempre le acompañaban los libros, quizás porque los prefería a las personas, quizás por la gran timidez que abrumaba su cabecita de niña loca y extraña. Allí en la limitada y bella ciudad, en el casi fin del mundo, ella nunca había encajado. Su lugar lo encontraría años más tarde, años después tras el enero helado en el que llegó a la gran ciudad.

Aún sentada en el tren y con la desubicación personal presente, empezó a ver como las vistas tras las ventanas del tren iban modificándose, mutando a aquellos sabores, olores, y luces que abundaron en su infancia, adolescencia y juventud hasta su partida. Pocas cosas había extrañado durante su tiempo fuera de allí, el sonido de las gaviotas, el olor a mar, el sonido del mar, el mundo ensalitrado, el acento sureño con esa dejadez en las palabras que mezclaban el enmudecer algunas letras y arrastrar otras, muy pocas cosas había echado de menos tras sus tres años de ausencia más corta que larga para ella. Al bajar del tren, no sintió lo mismo que en su primer regreso, entonces hacía ya casi tres años no se vio tan forastera. Ahora tras casi otros tres años más, veía la diferencia, ya no era de allí… pero tampoco era de la gran ciudad. En unos segundos entendió que ya no era de ningún sitio.

La maleta, la bolsa del ordenador que nunca podía dejar por trabajo, y su bolso lleno de manías que apenas controlaba, hacían de ella una especie de mula de carga torpe. La torpeza era algo que le había acompañado toda su vida, pese a hacerse mayor, pese a ser inteligente, pese a todo el conocimiento recogido en los libros. La torpeza física y emocional eran elementos inseparables de la esencia de su persona.

En mitad de la estación de tren, tardó unos minutos en situarse. Tampoco tenía sentido de la ubicación y eso le hizo sentirse más extranjera aún. Comenzó a pensar que ir había sido una idea terrible. La salida de la estación no estaba cerca de su casa, pero decidió ir andando. Los pasos la dirigían a lugares ya vistos pero diferentes con el paso de tiempo breve, pero mutador, olores, sonidos, gentes, todo estaba igual pero quizás solo un poco más gris. Caminó y caminó sin una ruta fija, simplemente dejándose llevar. Sitios de su vida, algunos importantes, otros irrisorios, y sin darse cuenta llegó al lugar. Ensimismada chocó con alguien, pudo equilibrarlo todo menos su saco/bolso repleto de cosas inútiles, utilísimas para ella. Al levantar la cabeza, le entregaron el bolso, ella lo recogió sin mirar quién se lo daba. Roja, tanto como su timidez se lo permitía, se disculpó y sin mirar continuó caminando brevemente hasta pisar al pobre transeúnte con las ruedas de la maleta. Sin saber ya donde meterse, alzó la cara y nuevamente se disculpó. Pero no pudo acabar la disculpa, era él. De entre todas las miles de personas de la pequeña ciudad, era él. Mayor, más usado por la vida, pero reconocible. Era él de recuerdo y ahora carne. Él sonreía, ella callaba. Él habló y ella empezó a sentirse menos extranjera.

AINHOA ESCARTÍ

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