miércoles, 6 de septiembre de 2017

El suicidio de los colores




Él se dio cuenta de que algo grave pasaba en su mundo. La cuestión es, que no había nada grave que estuviese alterando su vida. Pero sí había acontecimientos que alteraban otras muchas vidas.
Él intentaba percibir lo imperceptible, lo que está bajo el umbral, más allá del ultravioleta y por encima del infrarrojo.
El mundo que él sentía estaba compuesto de menos colores cada vez y, con los colores, se disipaban los olores. Bueno, en realidad eran los mismos colores en cuanto a la cantidad. Pero en cuanto a la calidad, los colores eran cada vez más transparentes, con menos opacidad, como si llevasen mucha cantidad de lavados.
Se percató de que cuando era pequeño los colores eran muy chillones, casi hacían daño a los ojos de tan saturados como estaban. Los rojos, los amarillos, los verdes, los negros. Sí, porque los negros no son un mal color, son sobrios y elegantes.
En esa época los cielos eran más azules, las tormentas daban miedo por esa miríada de grises y naranjas.
El mar, él se acordaba de ponerse sus gafas de buceo y sentir el gran azul ¡wow!, eso sí que le aterrorizaba y le emocionaba a la vez, se sentía tan pequeño.
Pero, a medida que pasaban los años, los colores se hacían más transparentes, como si un velo blanco los fuese cubriendo. Definitivamente las manzanas verdes del árbol de su tío eran menos apetitosas, no había diferencia entre el mar y el cielo.
Todo se fue tiñendo de una tenue bruma, pero bruma al fin y al cabo.
En la vejez la transparencia de los colores se fue acentuando de manera desmesurada, aquí o allá había alguna salpicadura de color, pero en general eran pocas. Al final los colores casi no existían en su vida. Él pensó, <<¿dónde estarán?>> La respuesta le partió el corazón, los colores se habían suicidado.
En su último suspiro la ausencia de color fue total, un miedo aterrador le recorrió el espinazo, duró unos minutos, todo era oscuridad. Cerró los ojos y cuando los abrió todo había cambiado. Los colores volvían a ser brillantes, chillones, casi hacían daño a los sentidos. No sabía dónde estaba, pero comprendió que de ahora en adelante su existencia sería mucho mejor, los colores habían vuelto a su vida, él había renacido.
Camaleontoledo*

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