La noche permanecía en constante movimiento. Las
luces parecían estrellas fugaces de todos los colores. No había ni un momento
para el descanso. Madrid nunca dormía.
Ya era tarde. Inés debía volver a casa. Su madre
decretó un toque de queda. Desde que tuvo unos incidentes con su exnovio, le
obligaba a regresar antes de las diez y media.
—¡Ves! ¡La vida es peligrosa! ¡Los hombres son
peligrosos! —repetía su madre una y otra vez.
Mejor obedecerla si no quería recibir castigos.
Llegó a su casa, que estaba en Buenavista. Una mala
sensación recorrió sus venas cuando subía las escaleras. El rellano estaba
demasiado callado.
Cuando abrió la puerta, encontró la casa
completamente vacía. Se le cerró el estómago. Normalmente sus padres estaban a
estas horas. No podían haber salido. Ni siquiera, a hacer la compra.
Encendió el pasillo y anduvo hacia el salón. Quizá
estuvieran allí. Muchas veces los habían encontrado dormidos en el sofá.
Encendió la luz del salón. Un terrible escalofrío le
recorrió por la columna vertebral. Se le helaron las venas y se le encogió el
corazón.
Sus padres yacían muertos. Un charco de sangre los
rodeaba. Sus cuerpos estaban completamente rígidos y pálidos.
Tragó saliva. Sus ojos estaban desencajados. Sus
extremidades no respondían. Solo temblaban.
—¡Hola, Inés! —alguien le llamó.
Miró al sofá.
“¡No puede ser!” —pensó—. “¡Es imposible!”
Era su exnovio Richard. Le dijeron que murió al
regresar a La Habana, pero no, estaba aquí, vivo y coleando.
Estaba distinto. Sus pupilas perdieron el color
pardo y fueron sustituidas por dos luces intensas como el fuego. No era una
quimera, porque aún conservaba su piel morena y su pelo oscuro.
—¿Qué has hecho? —preguntó con voz temblorosa.
Extendió el dedo índice hacia sus padres y preguntó—: ¿Esto lo has hecho tú?
—Sí, algo tenía que hacer para recuperar a mi niña —dijo
Richard con su marcado acento caribeño.
Inés no podía moverse. El miedo la paralizaba.
Richard avanzaba hacia ella. Su cara se volvía más
siniestra. Cuando abrió su boca, mostró una sonrisa perlada con dientes
ligeramente afilados.
Inés emitió un último sonido: un grito de susto y
ahogado. Después, sólo hubo oscuridad.
ÓSCAR ALONSO TENORIO
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