Robert
Smith regresó a Nueva York con unos días de retraso a la fecha prevista, tal
vez el incidente ocurrido en aquella taberna (La Dama Gris), le dejó algo
inquieto. Llamó a su amigo Daniel desde el hotel. Estaba con un ataque de
ansiedad, no podía dar crédito a lo sucedido, su cabeza quería encontrar una
explicación lógica pero no la encontraba. Parecía revivir el sueño una y otra
vez: el hombre siniestro se le apareció de repente en el callejón y le indicaba
el camino hacia la taberna.
En su
conversación con su amigo Daniel apenas podía vocalizar bien las palabras. Su
amigo el psicólogo le detectó un nerviosismo inusual, ya que Robert como
periodista estaba acostumbrado a dar toda clase de noticias. Intentó
tranquilizar a su amigo y le dijo que hiciera unos ejercicios de respiración y
que hablarían más tranquilamente cuando regresara a Nueva York. Le aconsejó que
descansara todo lo que pudiera antes de coger el vuelo.
Sobre
las cuatro de la tarde, Robert empezó a recoger su ropa que la tenía esparcida
por toda la habitación del hotel, se apresuró a hacer la maleta, ordenó las
hojas que tenía sobre la mesa, las guardó en una carpeta y en una bolsa de piel
desgastada metió su vieja máquina de escribir. Debía estar en el aeropuerto de
Heathrow cerca de las seis y media de la tarde, con destino a Nueva York.
Desde
el hotel el conserje avisó a la compañía de taxis de Londres para que estuviera
disponible para su cliente, lo antes posible, ya que el hotel no toleraba la
impuntualidad. El director del hotel salió de su despacho para despedirse
personalmente de su cliente, Robert Smith. Sabía que era un periodista afamado
en Nueva York y deseaba tener un buen trato con él. Robert se despidió
cordialmente y le agradeció sus atenciones durante su estancia en Londres.
De
camino al aeropuerto el taxista lo observaba por el retrovisor del coche, no
pudo evitar preguntarle si le ocurría algo.
—Perdone
señor, ¿se encuentra bien?
—Sí,
no se preocupe, ha debido de sentarme mal el almuerzo, me siento algo
indispuesto.
El
taxista no dudó de las palabras de su cliente, pero notaba en su mirada cierta
preocupación.
—Me
gustaría contarle una vieja historia, si me lo permite —Robert asintió con la
cabeza—. En todos mis años de taxista he conocido a mucha gente interesante, el
último pasajero que llevé también como usted al aeropuerto, me estuvo contando
que, una noche quiso salir de copas, terminó en un viejo callejón con una extraña
neblina y, de repente, se le apareció un hombre que llevaba una capa negra y un
sombrero que le ocultaba el rostro, invitándole a entrar a una vieja taberna. Créame,
es una historia que ya se la oía a mi abuelo de pequeño. No creo en fantasmas,
pero dicen que la persona que ve el fantasma de Dorothy tiene que cumplirle su
deseo o la maldición no cesara nunca.
—¿De
qué maldición habla? —dijo Robert.
—No
sé, se lo dije antes, si ve el espectro tendrá que cumplir lo que le diga —Robert
no pudo más y le confesó que él también había tenido la experiencia de su
antiguo pasajero—. Estaba seguro —respondió el taxista—. Lo único que le puedo
aconsejar es que si vio el espectro del fantasma y tuvo contacto, cumpla sus
deseos.
Robert
se quedó mirando al taxista por el retrovisor con un gesto serio, pero con
cierto desasosiego. De camino hacia el aeropuerto pensó que estaba
obsesionándose con este tema, solo tenía ganas de regresar a Nueva York para ver a su amigo y contarle de primera
mano lo acontecido en Londres. Quería averiguar si era real lo que le pasó o
estaba volviéndose loco. Ya en el aeropuerto se despidió del taxista
agradeciéndole su ayuda. El taxista le dijo:
>>Buena
suerte amigo, espero que le vaya bien.
Dirigiéndose
a la puerta de embarque se detuvo un instante al recordar un pensamiento que no
paraba de rondarle en la cabeza, lo ignoró y continuó hacia el avión. Se sentó
al lado de la ventana y con cierto alivio respiró. En su mano llevaba el libro
de tapas negras, empezó a leer cayendo en un profundo sueño donde empezarían de
nuevo las pesadillas. Al lado del asiento viajaba una joven de piel blanquecina
que no dejaba de observarlo mientras dormía. Al cabo de un buen rato se
despertó con la sensación de revivir la pesadilla, miró en todas direcciones y
se dio cuenta que no viajaba solo, en el asiento izquierdo había una joven que
le pregunto:
>>Perdone
señor, ¿se encuentra bien?
Robert
sorprendido le contestó:
—Sí,
sí, no se preocupe sólo fue un mal sueño.
Robert
no podía dejar de contemplar a la joven, le llamaba la atención su rostro tan
pálido y el parecido tan grande a una vieja fotografía que el manuscrito
llevaba adjunta. “La Dama Gris”. Tras varios intentos de buscar conversación la
joven no parecía estar dispuesta a responder a sus preguntas, simplemente le
miraba fijamente y con una leve sonrisa se levantó del asiento.
Sorprendido,
espero un rato largo a ver si volvía, pensando que quizá le hubiera molestado
las preguntas que le hizo. Llamó a una azafata y le preguntó si le había pasado
algo a la joven que iba en el asiento izquierdo. La azafata le respondió:
—Creo
que se confunde señor, este asiento está vacío desde el principio —Le seguía
insistiendo a la azafata que había una joven a su lado pero la azafata seguía
en sus trece, finalmente le dijo—: Señor creo que necesita descansar, si quiere
algo sólo pídamelo.
Con
resignación Robert se sentó en su asiento, se disculpó con la azafata y empezó
a leer el libro de nuevo sin dejar de preguntarse si realmente tendría que
hacer caso de la advertencia del taxista.
Faltaban
diez minutos para aterrizar cuando el sonido de megafonía anunciaba la llegada
al aeropuerto de Nueva York, John F.Kennedy, (JFK).
Este
aeropuerto internacional localizado en Queens era el más cercano a su casa, y
estaba a unos 19 kilómetros de Manhattan donde su amigo Daniel tenía la
consulta de psicología.
Bajó
del avión y se dirigió a la terminal para recoger su maleta, estaba cansado y
con ganas de llegar a su casa. Alrededor de las dos de la madrugada llegaba,
dio un par de vueltas a la cerradura y apenas podía abrir la puerta, tras un
empujón fuerte vio todo su correo esparcido por el suelo. No podía creer que en
una semana fuera de casa, se hubiera acumulado tanta correspondencia. Se
inclinó para recoger las cartas y dejarlas sobre una mesa de madera. Dejó la
maleta en la habitación y se tumbó en la cama, con la mirada fija puesta en el
techo.
Agotado
pero sorprendido por la joven del avión, no paraba de hacerse preguntas, sabía
que tenía que empezar a resolver todos estos enigmas, independientemente de lo
que pudiera pensar su amigo.
Recordó
que un camarero del hotel donde se hospedó, le había comentado de cierto rumor
que circulaba por el barrio, sobre la venta de objetos y obras de arte las
cuales no se sabía de su procedencia en dicho anticuario.
Tenía
que hilar los hilos de todo lo sucedido y si había alguna conexión con Dorothy.
Sabía que el libro negro que llegó a sus manos junto a una llave en extrañas
circunstancias, era como un misterio sin resolver que le causaba ansiedad. El
libro estaba ilustrado con dibujos extraños, haciendo referencia a rituales
demoniacos. De todos estos acontecimientos no obtuvo ninguna respuesta. Cerró
los ojos y se quedó dormido. Mientras, una ráfaga de aire que entró por su
ventana, hizo caer un folleto de publicidad de la biblioteca pública (New York
Public Library), situada entre las calles 40 y 42 con la Quinta Avenida. El
folleto hacía referencia a una colección privada de libros antiguos, donados a
la biblioteca por un filántropo anónimo que al morir dejó en su testamento,
junto con una suma importante de dinero que donaría a la fundación para la
conservación de los libros.
A la
mañana siguiente, Robert despertó con la migraña habitual y desperezándose un
poco vio el folleto de publicidad sobre su cama. Le echó un vistazo, y en
seguida cayó en la cuenta de que sus comienzos como periodista los había pasado
leyendo muchos libros y consultando hemerotecas para buscar información.
Se
apresuró a vestirse y se dirigió a la cocina a prepararse una buena dosis de
café. Tenía hambre pero olvidó que la nevera estaba vacía y tampoco podía
hacerse su típico sándwich. Volvió a su habitación a recoger sus papeles donde
tenía más documentación que entregar en su periódico.
Todavía
no había cerrado del todo la puerta cuando, la casera, con gesto de poco
amigos, le recordó el alquiler del apartamento que llevaba dos meses de retraso
sin pagar.
Robert
sorprendido ante la casera le prometió que a final de semana le pagaría sin
demora. Le sonrió, como sólo él sabía, y se marchó.
Caminó
hacia la estación del metro más próxima que tenía para dirigirse al periódico.
Tenía ganas de ver a sus compañeros de redacción compartir información con
ellos, sobre todo a Jennifer, su fiel compañera, que lo salvaba de las ausencias
atípicas que solía tener en el periódico.
Era
una mañana fría, desapacible, con algo de ventisca. A la salida del metro,
Robert intentó colocarse bien una bufanda sin mucho éxito. De repente, una hoja
impacto en su cara. Era un folleto de la biblioteca pública idéntico al que le
entró en su habitación. Pensó que era una señal que no podía ignorarla, pero
primero tenía la obligación de entregarle a su jefe parte de la información que
no envió por Fax.
Fue
una visita relámpago al departamento de redacción, saludó a sus compañeros y se
dirigió al despacho de su jefe. A la salida del despacho saludo afectuosamente
a Jennifer, su secretaria, le comentó que el lunes se incorporaba al trabajo.
Los compañeros se levantaron para saludarle, pero no tenía tiempo para hablar
con ellos, les prometió que el lunes los pondría al corriente de su viaje a
Londres. Uno de ellos le recordó la partida de cartas y la cena que tenían
pendiente.
Con
una alegre sonrisa se marchó, se dirigió hacia la calle. Con un gesto levantó
la mano, cogió un taxi y se dirigió a la biblioteca.
Una
vez allí fue directo a la sección de hemeroteca para buscar información sobre
“La Dama Gris”, Dorothy.
Pasó
por varias secciones hasta llegar a donde Robert esperaba encontrar, por fin,
una respuesta. Llegó, se sentó en una silla y empezó a buscar información sobre
Dorothy, sobre su vida, sobre su familia y también sobre por qué se ganó el tan
famoso nombre de ‘’La Dama Gris”. ¿Qué extraños sucesos tuvieron que ocurrir
para que se ganara este nombre? Siguió buscando y encontró muy poca información
respecto a su pasado, sólo la noticia de un gran incendio que asoló una mansión
a las afueras de Londres. Pertenecía a los Lowell, una familia acomodada que
murió en el trágico suceso. Nunca se averiguó del todo si fue intencionado el
incendio. La única información de la hija de los Lowell era que Dorothy había
sobrevivido al incendio, haciéndose cargo sus abuelos paternos de su educación.
Decidió
trasladarse a una mesa y empezar a revisar sus notas, sacando al mismo tiempo
el manuscrito del maletín, tenía que volver a releer el legado de dicho
documento.
Comenzó
por ordenarse todo el conjunto de libros que se había llevado a la mesa después
de investigar en la hemeroteca y también puso enfrente ese manuscrito que tanto
quería descifrar. Dejó el maletín apoyado al pie de su silla. Seguidamente
revisó otra vez el manuscrito pero no hubo manera, por mucho que lo intentara
no podía descifrar nada con lo cual lo dejó y se puso con los libros con la fe
de descubrir alguna cosa con la que poder seguir esa investigación.
Las
horas iban pasando y Robert no veía ninguna relación entre las notas, el
manuscrito y los libros que tenía encima de la mesa. Se quedó sujetando la
cabeza con su brazo al recordar que había quedado con Daniel, pero Robert tenía
en la cabeza ese pensamiento que le decía que estaba muy cerca. Arrepintiéndose
mucho continuó investigando, levantó la cabeza, miró hacia los lados y dos mesas a su derecha había una
mujer con una mirada impactante fijada en él, pero no hizo caso. Dirigió la mirada
hacia los libros de nuevo, se acomodó y su maletín cayó dejando al descubierto
el libro de tapas negras con una página que sobresalía al haberse doblado del
golpe. Se dispuso a poner la página bien cuando se dio cuenta de que la
información de los libros era muy parecida al libro de las tapas negras.
Ordenó
nuevamente todo, por fin estaba relacionando conceptos, todo tenía un sentido
pero…
La
bibliotecaria se dirigió a Robert para hacerle saber que debía recoger porque
ya era la hora de cerrar, asintió y rápidamente apuntó los datos más
importantes. Cuando se disponía a guardar todo lo que había descubierto esa
joven, la cual lo estaba mirando con una fija mirada, le dejó caer una nota
boca abajo. Robert se dirigió a coger la nota y la leyó. Se quedó atónito con
el mensaje:
“Es increíble que hayas podido descubrir
tanto de mi pasado, pero te lo advierto no sigas o estarás en problemas,
cuidado con lo que lees”.
La
nota terminaba con un dibujo. Era un castillo que parecía estar en llamas y un
libro con tapas negras con una llave reposando en él…
Se
quedó impactado al ver que el mismo dibujo que había en el manuscrito estuviera
dibujado por esa joven misteriosa.
Pasaron
los días y continuaba leyendo el libro de tapas negras…
Días
después, se denunciaba la desaparición de un periodista del The New York
Journal.
Su
amigo Daniel se quedó perplejo ante tal noticia, como pudo desaparecer Robert? Daniel
no podía dejar pasar esto, se dispuso a investigar porque llevaba una copia de la llave de su casa que
le dio antes de irse a Londres, justo en la calle tropezó con una joven, se
pidieron disculpas y Daniel continuó.
Se
dispuso a abrir la puerta, buscó la llave que tenía en el bolsillo pero no la
encontraba, en su lugar había una nota:
‘’No te entrometas…”.
En la sección EL CLUB pueden encontrar la primera parte de esta obra. Saludos literarios, amigos lectores.
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