De
maderas nobles, cuentan los moribundos nobles, dicen estos ahora, cual efímero
ya es su tiempo, que besaron la cruz con magnanimidad honorable y respeto.
Cuentos,
las comisuras se llenan de las halitosis de sus mentiras, de esas queilitis
desarrolladas por sus propias infecciones, de cuando en vida robaron las de
otros, sus ilusiones, violando con sus antojos las verdades de tanto pobre.
Ahora,
en su limo y cieno su esperanza, su alma se balancea buscando la calma, cual
carroñero buscando ese putrefacto hígado, el cual le alimente un día, sólo uno,
solamente segundos de desesperanza que le otorguen un resuello, capaces son de
creerse sus propias mendicidades. Encima de él acompaña una cruz, diríase de
olivo, aunque también podría ser de abeto.
Y
la cruz se mueve por una pequeña ventisca, alguien cierra rauda la ventana, el
moribundo yace ahora muerto, no se compra una nueva vida con otra sucia
mentira.
Un
pájaro canta desde el alfeizar, un cuervo sin duda, en esa casa jamás canturreó
otra más bella ave, quizás ahora que muere la hiena, multicolores se ofrezcan a
dar vida a sus jardines, quizás, ¡sólo Dios sabe!
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