sábado, 4 de marzo de 2017

La española inglesa



Autor: Miguel de Cervantes (1547-1616)
Año de la obra: 1613

Es uno de esos relatos que merecen ser leídos y que jamás cansan al lector, pues mantiene vivo el interés continuamente por su amena y aguda composición. Es el retrato de un amor que no entiende de fronteras, que sobrevive pese a todas las dificultades de tipo religioso que amenazan con sofocar la llama de la pasión de Isabela y Ricaredo, que supera envidias maliciosas, así como traiciones deshonestas e impera sobre la hermosura y la fealdad que no son otra cosa, al fin y al cabo, que la envoltura caprichosa y tornadiza que encierra igualmente tanto a la esencia más placentera como a la fragancia más repugnante.
Juega bien Cervantes con los personajes y los entresijos de una historia por otro lado muy versátil y que da mucho de sí. Podía haber sido un relato de mucha mayor extensión si el autor se lo hubiera propuesto. Materia había, desde luego, suficiente. El desenlace pudo perfectamente ser también cualquier otro siendo verosímil de igual manera hasta prácticamente la conclusión del libro. Sin embargo, para una novela así debía ser, lógicamente, el más feliz.
En el año 1596, en el saqueo que los ingleses llevaron a cabo en Cádiz, Clotaldo, un capitán de un navío inglés, se llevó consigo a Londres a una niña española. Isabela, que así se llamaba, creció junto a él, su esposa Catalina y el hijo de éstos, Ricaredo. Ella profesaba en secreto la religión católica en un país que no lo es y mantenía la lengua española de la misma forma que aprendía la inglesa. Cuando Isabela se convirtió en una bella jovencita dicha hermosura, así como sus conocimientos, su gracia y su donaire acabaron por enamorar a un Ricaredo al que le tenían destinado una rica doncella escocesa por esposa. Enfermo de amor, Ricaredo confiesa sus sentimientos a Isabela quien le acepta y, tras decírselo a sus padres, el consentimiento de éstos le restaurará la salud. Cuando todo estaba ya preparado para la boda entre ambos la reina los mandó ir a palacio para que obtuviesen la licencia necesaria para casarse y que habían obviado hasta entonces por temor a que la reina supiese de la fe católica de toda la familia y el pasado de Isabela. No obstante, esto último, unido a la belleza y porte de la joven, le agradó aunque dictó retrasar la boda hasta que Ricaredo hiciera méritos para merecerla por sí mismo, para lo cual mandó embarcarle en un navío corsario que debía capitanear mientras ella misma cuidaría de su amada en palacio hasta que regresase. Debatiéndose entre la fe que le impedía matar a individuos de su misma creencia y el corazón que le obligaba a llevar a cabo lo que fuera por Isabela, se encontró con dos galeras turquescas a las cuales abordó y venció, obteniendo así un importante botín al tiempo que obligaba liberar a los prisioneros cristianos que en ellas había. Dos de ellos solicitaron, en cambio, viajar a Inglaterra con él para buscar allí a la hija que años atrás les fue arrebatada. Eran los padres de Isabela como bien intuyó Ricaredo, quien los acogió. A ellos se les descubrió la verdadera identidad de ésta en palacio, ante la reina, que concedió el permiso matrimonial. Ya por entonces comenzó a aflorar la envidia alrededor de los dos enamorados al igual que los celos. En los días previos al enlace, el hijo de la camarera mayor de la reina, a cuyo cargo se hallaba Isabela, el conde Arnesto, confesó a su madre el amor que sentía por ésta rogándola que intercediese ante la reina para recibir a Isabela por esposa o de lo contrario sería capaz de hacer cualquier disparate. Ante la negativa de la reina, el conde Arnesto salió enfurecido a matar a Ricaredo, mas fue prendido cuando ya se iba a enfrentar con él. Quiso la camarera enviar a Isabela a España para ver si así podía quitársela del pensamiento a su hijo y ante la negativa real decidió envenenarla. A punto estuvo de lograrlo, pero lo que sí consiguió fue hacerle perder su belleza. La camarera fue encerrada y el conde desterrado. Ricaredo confirmó su amor a aquella criatura de apariencia fea, pero de alma tan singularmente virtuosa ante la reina y ésta, no sin tristeza, se la concedió saliendo juntos de palacio a casa de Clotaldo. Éste y su esposa Catalina, a escondidas de su hijo, tramaron nuevamente el matrimonio de Ricaredo con la doncella escocesa al estimar que Isabela no recuperaría la hermosura original, que más tarde recobraría, y que un nuevo amor haría olvidar al otro y devolverle la alegría. Al ser conocedor de todo esto, Ricaredo le dijo a Isabela que se fuese a España con sus verdaderos padres, como ya habían acordado con Clotaldo, y que allí le esperase un par de años a lo sumo para casarse, pues de sobrepasar dicho plazo sólo querría decir que habría muerto. Así lo hizo Isabela, pero el tiempo pasaba lentamente para ella cuando un día recibió una carta de Catalina en la que le comunicaba que su amado había muerto. Ante esta noticia decidió ingresar en un convento y hacerse monja. Sin embargo, Ricaredo, que salió de Inglaterra diciendo que iba a ver al Sumo Pontífice, a su paso por Francia, fue atacado a traición por el conde Arnesto, allí exiliado. Pensando su criado que le había matado, ya que casi lo consigue, y luego de ser cautivado por los turcos y rescatado por la Santísima Trinidad, apareció Ricaredo ante Isabela cuando ésta iba a ingresar en el convento y se declaró nuevamente a ella, quien le aceptó, y consumaron finalmente su deseado matrimonio.

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