Las copas estaban listas para recibir
el preciado líquido, ansiosas por sentir el cálido tacto del vino, de
mantenerlo durante un tiempo breve en su interior hasta, fatal y finalmente,
ser vaciadas en las secas bocas de los comensales, quizá con suerte, para
algunas, de volver a ser rellenadas. Un ritual mágico al que se asistía muy de
tarde en tarde, con motivo de alguna celebración, y siempre con alegría y gozo,
tanto para las copas como para sus usuarios, aquellos gigantescos y feos insectos
verde esmeralda de seis patas y dos alas.
ANTONIO PÉREZ RUIZ
Ciertamente repugnantes estos bebedores de vino. Un microrrelato muy original el de Antonio Pérez Ruiz.
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