sábado, 29 de septiembre de 2018

El manuscrito (3ª parte)




Daniel empezó a asustarse por la desaparición de su amigo, temiendo por su vida y recordaba todas las preocupaciones que le contaba; la obsesión por descifrar el manuscrito…, el libro de las tapas negras, y la dichosa llave antigua con la que desapareció Robert. 
A pesar de la nota que recibió como advertencia, no le importó, se dispuso a hablar con la casera con intención de averiguar el paradero de Robert. Llamó varias veces a su puerta pero sin éxito. Se marchó del edificio camino a su consulta, debía hacer algunas llamadas, tenía citas pendientes con sus pacientes pero tuvo que cancelarlas.
Quiso investigar por su cuenta pero daba palos de ciego, y entonces recordó que un paciente suyo le había hablado en una ocasión de un detective privado que era muy bueno en casos de desaparición.
Daniel buscó en sus archivos el nombre del paciente, para contactar lo antes posible.
Por fin contactó con su paciente que afortunadamente le dio el nombre y número de teléfono. Se llamaba Frank Cooper y era un detective privado que en numerosas ocasiones colaboraba con la policía.
El detective Frank quiso quitarle hierro al asunto en su primera impresión, al contarle Daniel toda la historia. No obstante, debía investigar si la desaparición tenía que ver más con ciertas sectas, que harían lo imposible por tener cierta clase de libros para sus rituales, o alguien que pagaría una buena suma de dinero por la obtención de un libro misterioso lleno de enigmas.
Decidió viajar Londres para seguir todos los pasos de Robert Smith, sobre todo indagar más en la famosa taberna. El detective Frank, era un hombre de estatura considerable y de complexión fuerte, con el defecto de ser un fumador empedernido, llevando siempre en los bolsillos de su gabardina un par de paquetes de la marca Chesterfied.
Instalado en el mismo hotel que Robert, quiso preguntarle al conserje si sabía  dónde estaba la taberna de la “La dama Gris”. El conserje algo extrañado por la pregunta le dio la dirección de la calle. No sin antes, preguntarle al nuevo huésped si no preferiría otros ambientes. El detective no le respondió. 
Sobre las diez de la mañana, Frank salió en dirección a la taberna. Estaba a unas manzanas del hotel. Con paso ligero se tropezó con un  hombre vestido de negro y con una singular capa negra y sombrero al que apenas se le veía el rostro. Robert pensó en un primer instante, lo extravagante que llegaban a ser algunos individuos. Mientras caminaba en dirección a la taberna pasó por delante de una vieja tienda de libros antiguos. Le llamó la atención el escaparate de cristal con libros bastante raros, y decidió entrar. Un anticuario le recibió al sentir la campanilla de la puerta.
—Buenos días —dijo el anticuario—, puedo ayudarle en algo.
Frank asintió con la cabeza.
—Sí, quisiera preguntarle por un libro en concreto, que un amigo mío adquirió en su tienda. 
El detective estaba dispuesto a averiguar todo lo concerniente a ese libro y por qué albergaba tanto misterio. Sabía que Robert Smith el día de su desaparición llevaba en su poder el manuscrito.
Frank intentó sonsacarle información, sin demasiado éxito.
—Verá, se trata de un libro peculiar de tapas negras con una estrella de cinco puntas, insertada en el centro del libro.
 —Disculpe…, pero ese libro que usted menciona no creo que estuviera en esta tienda.
La mirada del anticuario denotaba incomodidad, pero se afanó en negar la posibilidad de un ejemplar de esas características.
El detective no estaba dispuesto a perder el tiempo, insistió.
—No quisiera ser grosero pero tengo entendido que la policía estuvo indagando en su tienda, por la muerte de una persona…
El nerviosismo del anticuario era evidente, el semblante de su rostro palidecía a cada palabra del detective.
El anticuario le preguntó:
—Perdone, ¿es usted policía?
—No, soy detective privado y sí, colaboro con la policía, en casos de desaparición de personas.
La mirada del anticuario empezaba a relajarse. Entró dentro de la trastienda y salió con una libreta, con las hojas arrugadas. Con un gesto en la mano, le indicó que se aproximara al mostrador, para mostrarle las entradas de libros sobre esa fecha. 
 Frank sacó de su bolsillo una fotografía de Robert Smith y la puso encima del mostrador. El anticuario lo reconoció enseguida.
—Recuerdo que el hombre de la fotografía pasó por delante de la tienda y se detuvo a observar el escaparate. Le llamó principalmente la atención el libro que usted menciona, y entró a la tienda preguntando. Se lo enseñé, pero le comenté que era un libro antiguo descatalogado, y que ya tenía dueño. Entonces él me preguntó por qué lo tenía en el escaparate. Yo le contesté, como reclamo. 
 —Tengo clientes que buscan libros esotéricos…Y tengo que confesarle, que, desde que murió el propietario de la tienda, la policía anda rondando por aquí, por eso ciertos libros los entrego  por encargo privado.  
Las explicaciones del anticuario no le parecieron del todo sinceras, su  intuición le decía que ocultaba algo más. Frank se marchó de la tienda, dándole las gracias por las molestias. No quiso ponerlo sobre aviso, preguntándole nada más.
Anduvo unos pasos hasta dar con el callejón estrecho que le conduciría a la taberna, recordó las palabras del recepcionista que a modo de suspicacia, le recomendaba otros sitios. Conforme iba avanzando por el callejón una extraña neblina lo envolvió, las viejas farolas apenas iluminaban la calle, vislumbró a un hombre vestido de negro con una capa que le cubría parcialmente el rostro. Calló en seguida en la cuenta, que había visto a este personaje. Y le pareció muy extraño que le indicara donde estaba la taberna.
El detective se paró un instante para sacar de su bolsillo el paquete de Chesterfield y con la imperturbabilidad que lo caracterizaba se encendió un cigarrillo y observó al individuo de negro si hacía algún movimiento extraño.
A medida que se acercaba a la taberna el hombre extraño desapareció. Entró en la famosa taberna se acomodó en una mesa pequeña de madera y le pidió al camarero una jarra de cerveza. Frank se limitó a observar el local que tenía muy poca iluminación, le llamó la atención que los clientes de aquel antro vestían con ropajes antiguos. Le preguntó al camarero si era normal que vistiesen de ese modo o había una especie de fiesta con disfraz de la época.
El camarero le sirvió la jarra de cerveza mirándolo muy serio.
—Veo que no conoce la famosa leyenda de “La Dama Gris”.
—Algo he oído —dijo el detective.
Debe saber que si tiene un encuentro con el fantasma de Dorothy, su vida ya no será la misma.
—Supercherías, quizás mantengan viejas tradiciones, pero lo del fantasma, no me haga reír.
La indignación del camarero era palpable. Frank continuó bebiendo su cerveza, sin darle más importancia al gesto del camarero. Divisó al fondo del local el mimo hombre que había visto antes, quiso levantarse de la silla para averiguar quién era ese tipo, y si lo estaba siguiendo.
Cuando de  repente lo abordó una joven de piel blanquecina, que amablemente le sugirió que se volviera a sentar. Quería hablar con él para advertirle del peligro que corría.
Frank no entendía nada. De repente, la mujer apareció de la nada y el hombre de negro se había esfumado. Escuchó atentamente la historia de la joven, que parecía haber salido de un libro de terror. Atónito le preguntó por qué le contaba a él esta historia.
La joven de aspecto blanquecino lo miró fijamente y le reveló el paradero de Robert Smith. Una secta peligrosa lo había secuestrado y no lo soltarían hasta tener en su poder el libro de las tapas negras.
Robert Smith por aquel entonces escondió el libro en un compartimento secreto, que tenía debajo del fregadero de la cocina. Su amigo Daniel no lo sabía, solo tenía en su poder aquella extraña nota, donde le decía, “no te entrometas”.
Frank Cooper ignoraba este detalle.
El detective miró su reloj un momento y cuando levantó la cabeza, la joven de piel blanquecina había desaparecido. Se levantó de la silla algo desconcertado, pero la inmediatez de la noticia de que Robert Smith había sido secuestrado era su máxima prioridad. Tenía que dar aviso a las autoridades de Londres. 
Con paso ligero se dirigió a la avenida principal dejando atrás el callejón y la vieja taberna. Visualizó un taxi que estaba justo en la parada, a pocos metros, con la respiración entrecortada alcanzó al fin su cometido. 
Frank subió al taxi y le indicó la dirección. En el trayecto hacía la comisaría más próxima, el taxista lo observaba por el retrovisor.
—Tengo que contarle algo serio si me lo permite, sé dónde se encuentra su amigo Robert... Será mejor que no acuda a la Policía tan pronto.
—¡Está loco! Le exijo que me lleve a comisaría…
—No se asuste hombre, tuve la suerte de conocer a Robert. Sabe, fue mi cliente favorito. Me dijo que es periodista y escritor. Me estuvo contando el incidente de la taberna, La Dama Gris, y la preocupación de aquella joven. Le aconsejé que no indagara más sobre ciertos asuntos.
Frank no tuvo más remedio que cortarle la conversación. Con cierto sarcasmo, le preguntó si él era el “Oráculo” en toda esta historia o pertenecía a la secta que había secuestrado a Robert Smith.
El silencio del taxista era revelador, por un instante el semblante de Frank palideció, no sabía muy bien a quién o a quienes habría que confrontar. Temió por su vida.
—No se preocupe no voy a hacerle nada, quiero ayudarle, sé que es detective y ha venido a Londres en busca de respuestas… Cómo lo hizo en su momento Robert, sólo que él tuvo menos suerte.
—¿Y sabe si se encuentra bien?
—Sí, no se preocupe, solo quieren el libro de las tapas negras —dijo el taxista.
“Ella” solo desea que el libro se destruya, todo el que alcanza a tenerlo en sus manos su vida se transforma en una pesadilla.
—Entonces, ¿para qué quieren el maldito libro si ocurren desgracias a su alrededor? —No hubo respuesta—. Perdone que le interrumpa, ¿Cuándo ha hecho mención de “ella” se refiere a Dorothy?
—Claro, aconteció el taxista.

Mientras, en Nueva York, Daniel no recibía noticias de Frank, de cómo iba la investigación. Supuso que más pronto que tarde lo llamaría por teléfono.
En el  apartamento donde vivía Robert había una fuga de agua, donde los vecinos se quejaban. La casera no tuvo más remedio que localizar a Daniel para que le dijera cuándo pensaba regresar Robert. Pero no obtuvo respuesta.
La dueña del edificio avisó a los fontaneros y con la llave maestra entraron al apartamento. Se encontraron con el pasillo lleno de agua. La casera se puso las manos sobre la cabeza maldiciendo la ausencia de Robert. Al cabo de tres horas ya estaba la fuga controlada, sólo que el agua había hecho estragos en la cocina. Uno de los fontaneros le entregó a la casera un paquete envuelto en plástico, precisando que lo habían encontrado en un compartimiento oculto detrás de la tubería principal.
El primer pensamiento de la casera fue subirle el alquiler por el estropicio que había dejado tras la fuga de agua.

Unos días más tarde, Daniel se pasó por el apartamento de Robert. Tenía la llave y quería comprobar si todo estaba bien. Ante la sorpresa de la casera, que lo abordó en la escalera y le entregó el paquete, diciéndole que estaba harta de las ausencias de su amigo y de no contribuir en los gastos de la comunidad.
Daniel no dijo nada y se adentró en el apartamento de Robert. Estuvo mirando el paquete que la casera le había entregado sin saber muy bien si abrirlo o dejarlo en su habitación. Minutos más tarde recibió una llamada. Era el detective.
Durante la conversación, Frank Cooper le especificó a Daniel que tenían noticias de un hombre con las mismas características que Robert Smith. Sin más dilación y con una alegría contenida, Daniel compró un pasaje para Londres.

A su llegada a Londres el detective estaba esperándolo, para ponerse en marcha al lugar donde supuestamente encontrarían a Robert.
Llegaron al final de un camino pantanoso, donde divisaron una vieja casona de agricultores que parecía estar abandonada. El detective llevaba su arma reglamentaria. No sabían qué podían encontrar en la vieja casona. Se detuvieron con sigilo haciendo señas para que Daniel fuera por la parte de atrás de la casa.
Por una pequeña ventana de madera que no estaba cubierta del todo, Frank pudo ver a un  hombre maniatado en el suelo. La estancia del habitáculo parecía estar en ruinas, no había pavimento, y en el centro estaba dibujado un pentagrama de cinco estrellas. Al fondo parecía estar arrojado un bolso, de tipo bandolera, del cual sobresalía una carpeta con hojas… Cuando Frank se aseguró de que no había nadie, forzó la puerta de madera y encontraron a Robert inconsciente.
De inmediato, desataron las cuerdas de las manos y los pies he intentaron reanimarle sin mucho éxito. Robert no respondía, Daniel se quedó con él, mientras Frank se iba a buscar al taxista para dar aviso a una ambulancia y a la Policía.
Al cabo de una hora, Frank entraba en la comisaría para denunciar el secuestro de Robert. Las autoridades se pusieron de inmediato con la investigación, ya que tenían sospechas de esta secta peligrosa. La ayuda que les proporcionó el detective fue fundamental para detenerlos.
Robert estaba en el hospital recuperándose. Tenía una deshidratación severa y contusiones múltiples.
El taxista se entregó voluntariamente a la policía, tenía en gran estima a Robert y quiso colaborar con la información de los lugares donde se escondía esta secta.
Pasó  una semana del ingreso en el hospital de Robert, iba mejorando poco a poco, y mientras tanto su amigo incondicional no se separaba de la habitación. Hablaron largo y tendido de todo lo sucedido.
La policía decidió de momento quedarse con el manuscrito, por si podían averiguar algo más.
La desaparición del libro de tapas negras, continuaba siendo un enigma. Daniel lo había dejado en la habitación del apartamento, pero a su regreso, no lo encontraría…
De regreso a Nueva York, Frank le agradeció toda la ayuda que Daniel le prestó y le dio un fuerte abrazo a Robert, deseando su pronta recuperación.
La incorporación de Robert Smith al trabajo fue paulatina, incorporándose de nuevo al periódico The New Journal. Tres meses después renunciaría al periódico, para dedicarse a su faceta de escritor.
La vida de Robert había cambiado, recuperó el manuscrito. Continuaba yendo a la biblioteca para leer y documentarse para sus libros. Una mañana volvió a ver a la misteriosa chica de piel blanquecina que lo observaba desde el fondo de la sala con un libro de tapas negras y una llave.
¿Volvería a empezar la pesadilla otra vez para Robert o la misteriosa joven le daría una tregua…?

RAQUEL CARDONA @Raquel2453

                                                                           
                    

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